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Bosques de Canarias, entre la biodiversidad y la presión humana

viernes 21 de marzo de 2025 - 13:11 GMT+0000

Debido a sus condiciones geográficas, su latitud subtropical, sus suelos volcánicos y la diversidad de su vegetación, Canarias alberga una gran riqueza y variedad de plantas y árboles, lo que da lugar a la formación de una vegetación escalonada. A pocos kilómetros del matorral de alta montaña, se encuentra el pinar, adaptado a ambientes secos. Más abajo, la niebla se desliza entre el bosque de la laurisilva, mientras que, en las zonas donde se asientan los núcleos poblacionales, el bosque termófilo lucha por no desaparecer. 

¿Qué está ocurriendo con los bosques de Canarias? Cada 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques, coincidiendo con el inicio de la primavera en el hemisferio norte y el comienzo del otoño en el sur. Tres investigadores del área de Ecología de la Universidad de La Laguna destacan algunas claves.

“La biodiversidad de la región de la Macaronesia —conformada por Canarias, Azores, Madeira, Islas Salvajes y Cabo Verde— está amenazada”, señala José María Fernández-Palacios, catedrático del grupo de investigación de Ecología y Biogeografía Insular de la Universidad de La Laguna. Sin embargo, añade: “La situación en Azores y Cabo Verde es muy lamentable, debido a la intensa alteración causada por la actividad humana, mientras que en Canarias y Madeira se encuentran mejor conservadas, lo que nos brinda mayores oportunidades para protegerla”. 

Abandono del sector primario

José Ramón Arévalo

Uno de los retos es la gestión del abandono de usos agrícolas. José Ramón Arévalo, catedrático del grupo de investigación Control integrado de plagas y enfermedades de los vegetales de la Universidad de La Laguna, destaca que, desde los años 60, la masa forestal ha experimentado una notable recuperación. “De hecho, en los últimos 25 años se han recuperado unas 80.000 hectáreas de bosques”, afirma. 

Este fenómeno está vinculado a un cambio de modelo económico, que pasó de estar basado en el sector primario, con bajos rendimientos económicos, a uno más orientado hacia el sector servicios. Como consecuencia, dejó de ser necesario obtener todos los recursos dentro del archipiélago, y se comenzó a depender más de la importación. En este contexto, el turismo ha adquirido un papel cada vez más importante. Lea de Nascimento, profesora contratada doctora del grupo de Ecología y Biogeografía Insular de la Universidad de La Laguna, señala que otro reto importante es la gestión del uso recreativo de los bosques. “Cada vez hay más turismo y actividades al aire libre, lo que requiere regulación y vigilancia”, advierte.

El abandono de los terrenos agrícolas ha facilitado la expansión natural de la laurisilva. Por ello, Fernández-Palacios y De Nascimento creen que este bosque no requiere una gran inversión en restauración. Sin embargo, en relación con el cambio climático, existe la incertidumbre sobre el mar de nubes, fundamental para la laurisilva. “El mar de nubes permite a la laurisilva contrarrestar la aridez extrema del verano”, explica Fernández-Palacios.

Laurisilva, pinar y bosque termófilo

La laurisilva es un bosque subtropical que se encuentra en latitudes extratropicales. En algunas regiones con clima mediterráneo, como Canarias, logra mantenerse gracias al refugio proporcionado por el mar de nubes. Sin embargo, si este descendiera hacia la costa, representaría un problema, ya que estas zonas están ocupadas por urbanizaciones y cultivos. En cambio, su ascenso hacia la cumbre, sería menos preocupante, porque aún existiría margen para su conservación. “Sin embargo, existen modelos que predicen la disipación del mar de nubes”, señala Fernández-Palacios. “Si eso sucediera, la laurisilva desaparecería”, agrega. No obstante, hasta el momento ningún modelo es capaz de ofrecer una prospectiva sobre el futuro de este fenómeno.

El pinar, por su parte, recibió un gran impulso en los años 50 gracias a las reforestaciones, lo que explica las extensas masas de pino que existen hoy en día. Es cierto que en algunos casos se emplearon especies exóticas, por lo que sería recomendable recuperar las masas naturales de pino canario y aclarar aquellas plantaciones demasiado densas. No obstante, el pinar tiene una gran capacidad de adaptación y continuará expandiéndose en algunas islas. Fernández-Palacios destaca el trabajo de los ingenieros de montes canarios con las reforestaciones durante aquella época, quienes lograron que el 95% de las restauraciones se realizaran con pino canario, en lugar de especies como el radiata o el piñonero.

El bosque termófilo es el ecosistema más dañado y donde deben concentrarse los mayores esfuerzos de restauración. “A lo largo del tiempo, ha perdido gran parte de su superficie y ahora queda muy poco, lo que hace que la regeneración natural sea prácticamente imposible”, afirma Fernández-Palacios. Aunque se han realizado grandes esfuerzos para comprender su composición y sus procesos ecológicos, la restauración sigue siendo compleja debido a su escasez. Por lo tanto, requiere una intervención activa. Uno de los principales hándicaps en este proceso es su ubicación en las medianías, donde la propiedad de la tierra está fragmentada entre muchos propietarios.

José María Fernández Palacios

Fernández-Palacios afirma que una estrategia interesante que está desarrollándose en algunas administraciones es la compra de parcelas. “Se adquieren terrenos de entidades como el obispado, que los han heredado, pero no los utilizan, y se destinan a la restauración”, cuenta. Por otro lado, Arévalo cree que una forma efectiva de involucrar a las comunidades locales es a través de la custodia del territorio. Este modelo, en el que grupos ecologistas gestionan y restauran áreas, también podría aplicarse a la compra de tierras degradadas. Esta estrategia ha sido exitosa en algunos países africanos, así como en Estados Unidos y Canadá. 

Macaronesia, entidad propia

Esta necesidad de protección cobra aún más relevancia al considerar que la Macaronesia forma una entidad biogeográfica singular. Sus territorios comparten una serie de elementos florísticos que avalan su reconocimiento como una región con identidad propia, diferenciada de la Mediterránea por su cohesión interna. 

El botánico Philip Barker Webb acuñó el término Macaronesia en 1849. Fernández-Palacios, señala que, aunque este concepto ha sido ampliamente reconocido durante mucho tiempo, recientemente ha comenzado a ser denostado, ya que muchos expertos, especialmente en los campos del medio marino y la zoología, lo consideran una entelequia. 

“Creen que habría que ubicar a Azores en el conjunto de la Europa atlántica, a Cabo Verde en el conjunto del África tropical, y si acaso, a Madeira y Canarias en el Mediterráneo”, explica Fernández-Palacios. 

De este modo, varios investigadores de todos los archipiélagos, entre los que se encuentran Fernández-Palacios y De Nascimento, publicaron en 2024 un artículo titulado “In defence of the entity of Macaronesia as a biogeographical region” en el que presentan distintas evidencias a la comunidad científica que demuestran que la Macaronesia posee una entidad propia. 

En primer lugar, los tres archipiélagos septentrionales, es decir, Azores, Madeira y Canarias, comparten la comunidad florística que existió en el Terciario en el Mediterráneo y en el centro de Europa, conocida como geoflora paleotropical, que hoy se reconoce como laurisilva. Fernández-Palacios aclara que se trata de una versión muy empobrecida de la que existió en aquel entonces.

Por otro lado, Madeira, Canarias, y Cabo Verde hacen uso de un elemento biogeográfico conocido como la Rand Flora, que corresponde a la flora de los márgenes del continente africano y especialmente rica en especies del mar costero y del bosque termófilo.

Y, por último, todos los archipiélagos cuentan con los neoendemismos de origen mediterráneo. “Son especies que surgen en las islas a partir de ancestros que llegan del Mediterráneo y luego en las islas dan lugar a muchas nuevas especies”, afirma Fernández-Palacios. “Pero en las islas no solo se transmiten in situ, sino que también saltan a los archipiélagos más próximos”, agrega. 

Así, Fernández-Palacios y De Nascimento señalan que no se puede obviar la cohesión interna de la Macaronesia. A pesar de las diferencias climáticas entre algunos de sus archipiélagos, es clave no restar importancia a su dimensión histórica. 

Paleoecología

En este sentido, los estudios paleoecológicos han permitido reconstruir los cambios experimentados por los bosques de Canarias a lo largo del tiempo, influenciados tanto por factores naturales como por la acción humana. Gracias a registros ambientales como el polen, los fitolitos o los carbones, de Nascimento ha obtenido información clave, como la proporcionada por un registro de Gran Canaria que abarca todo el Holoceno y evidencia la evolución de estos ecosistemas en relación con fenómenos climáticos que ocurrían a escala regional. 

La investigadora destaca el final del periodo húmedo africano, cuando el norte de África pasó de tener una vegetación tipo sabana a convertirse en el actual desierto del Sáhara. Esta aridificación del norte de África también afectó a los ecosistemas canarios, provocando cambios en la composición del bosque del Garajonay. 

Asimismo, el análisis del registro fósil ha permitido retroceder hasta el último máximo glacial, cuando se identificaron modificaciones en la composición de los bosques. Durante esta época, la laurisilva se expandió y contrajo en el norte de Gran Canaria, mientras que el pinar también desarrolló variaciones dependiendo de si el clima era más frío o más templado. 

Sin embargo, más allá de los cambios naturales, los bosques canarios también han estado sometidos a la presión humana desde la llegada de los primeros pobladores durante el periodo previo a la conquista. “Es evidente que, posteriormente, en la etapa posconquista, hubo un gran impacto debido a la explotación de los bosques, la extracción de madera para el cultivo de caña de azúcar, la ganadería y los incendios frecuentes. No obstante, hasta ahora no se conocía con certeza qué había ocurrido antes de la conquista”, afirma de Nascimento.

Uso del fuego

Lea de Nascimento

Sus estudios han revelado que, tras la llegada de los indígenas, aumentaron los fragmentos de carbón, lo que sugiere que empleaban el fuego como herramienta de gestión del bosque, tal como lo han hecho otras culturas en diferentes partes del mundo. “Creemos que lo empleaban para abrir el bosque, favorecer los pastos y preparar tierras de cultivo”, cuenta De Nascimento. 

El empleo del fuego como herramienta de gestión del bosque provocó cambios en la composición del bosque. Aunque los árboles seguían presentes, arbustos y hierbas comenzaron a ganar importancia. En algunos casos, incluso se produjo la desaparición total del bosque, como ocurrió con el bosque termófilo de la laguna de Valleseco, en Gran Canaria, donde se ha detectado una señal de polen de sabina que disminuye progresivamente tras la llegada de los humanos. Por otro lado, se han identificado especies arbóreas de la familia de las fagáceas, cuya identidad exacta aún no se ha determinado, ya que no se tenía constancia de que hubieran vivido en Canarias. Estas especies desaparecen del registro tras la llegada de los primeros pobladores.

¿Es posible conocer, a través de los registros de carbón, la frecuencia de los incendios y compararla con la actualidad? “Ahora mismo, con nuestras técnicas paleoecológicas, solo podemos identificar eventos de incendios, que son esos aumentos en el registro de carbón”, cuenta De Nascimento. Y agrega: “Podemos ver periodos con más eventos de fuego y otros con menos, pero es muy complicado determinar con precisión la frecuencia de incendios”. Actualmente se están esforzando por aportar el dato de número de incendios por intervalo de tiempo.

Los incendios forestales, lejos de ser una anomalía, forman parte de la dinámica natural de los ecosistemas y ocurren cuando se dan las condiciones ambientales propicias. Según Arévalo, los ecosistemas de Canarias están muy adaptados al fuego. Sin embargo, el problema no es el fuego en sí, sino el impacto que ha tenido el aumento de la población y la urbanización, ya que los incendios representan un riesgo para la seguridad humana y las infraestructuras. 

“La dinámica de pequeños incendios ha cambiado a grandes incendios en la actualidad, que resultan más peligrosos porque nos hemos vuelto más vulnerables y hemos transformado las masas forestales”, explica Arévalo. Además, subraya la importancia de comprender el papel del fuego en la conservación de los bosques: “Si se quiere preservar las masas forestales, hay que entender que el fuego es parte de su dinámica”. Aun así, los ecosistemas tienen una gran capacidad de recuperación. “Aunque el proceso no es inmediato, en un periodo de entre cinco y 15 años, dependiendo de la zona, el bosque puede estar bastante recuperado”, apunta.

No obstante, la recuperación de los ecosistemas no siempre ocurre sin obstáculos. Uno de los desafíos en zonas perturbadas es la proliferación de especies invasoras, como el tojo o el rabo de gato. Arévalo, quien las ha estudiado, afirma que estas especies no son la causa de la degradación, sino un síntoma de ella. Su expansión suele estar relacionada con el transporte de propágulos y con las perturbaciones humanas, como la apertura de carreteras o la sobreexplotación ganadera. “Existen ecosistemas especialmente sensibles, como el bosque termófilo o el pinar, que pueden verse muy afectados por especies invasoras si su entorno es perturbado”, señala. 

(Este reportaje es una iniciativa enmarcada en el Calendario de Conmemoraciones InvestigaULL, proyecto de divulgación científica promovido por la Universidad de La Laguna).

Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (Cienci@ULL)


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