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La palabra como resistencia, memoria y diálogo

viernes 04 de abril de 2025 - 08:02 GMT+0000

Desde joven, la palabra se convirtió en un refugio necesario, en una herramienta para desentrañar las verdades ocultas tras lo cotidiano y, sobre todo, en una poderosa aliada frente al olvido impuesto por el tiempo y por los intereses de quienes escriben la historia oficial.

Ha hecho de la palabra escrita no solo su profesión, sino también una forma esencial de existencia. Para Luis García Montero, la poesía no es simplemente un ejercicio estético ni una técnica literaria: es la manera más genuina de comprender la vida cotidiana y de dialogar con la memoria. Nacido y criado en una Granada marcada por el legado de Federico García Lorca, muy pronto comprendió que la escritura podía ser un acto de resistencia frente al olvido y los discursos impuestos.

Desde sus inicios en la «poesía de la experiencia», ha defendido la claridad como un modo de llegar a los otros. Su lenguaje, cercano pero cargado de profundidad emocional, lo ha convertido en una voz reconocible dentro del panorama literario contemporáneo. No es casualidad que sus versos evoquen escenas cotidianas para luego deslizar, con delicadeza, reflexiones sobre el tiempo, el amor o la identidad. En ellos se percibe siempre el impulso ético de quien cree que escribir es también asumir una responsabilidad con la vida.

Una vida entre la literatura y la memoria

La memoria, en su obra y pensamiento, no es un concepto abstracto. Es la herramienta que permite a los pueblos reconocerse, pero también la brújula que guía las decisiones individuales. En su conversación, García Montero insiste en que olvidar es una forma de renunciar a uno mismo, una forma de dejarse moldear por fuerzas externas. Y esa es, para él, una de las mayores amenazas del presente: la facilidad con la que se banaliza la experiencia humana a través de discursos planos o ideológicamente interesados.

Su compañera de vida, la novelista Almudena Grandes, compartió con él esa pasión por la memoria. Juntos construyeron una narrativa compartida que no solo era literaria, sino también política, cultural, vital. En sus palabras, hablar de Almudena es hablar de la ética del recuerdo, de cómo la literatura puede dar voz a los silenciados y dignidad a quienes fueron arrinconados por la historia oficial. Tras su fallecimiento, esa alianza literaria se ha transformado en un compromiso aún más íntimo y necesario.

Desde esta convicción, García Montero sostiene que la historia no puede limitarse a las grandes efemérides. “La historia pasa también por la intimidad”, afirma, y en esa frase está todo un manifiesto: entender que lo colectivo también se escribe desde lo personal. Por eso defiende que los sentimientos, cuando se articulan desde la conciencia, también tienen una dimensión política. «Qué decimos cuando decimos ‘te quiero’», repite, no es una cuestión menor. Es una forma de interrogarse sobre cómo amamos, desde qué valores, con qué palabras.

Decir ‘te quiero’ en tiempos de prisa

García Montero se detiene especialmente en este punto. En un mundo dominado por la velocidad, por la lógica de lo inmediato, decir «te quiero» es también un acto de resistencia. “La prisa actual hace que las palabras pierdan peso”, lamenta, y por eso defiende que el lenguaje necesita recuperarse como espacio de reflexión. En sus clases y conferencias suele explicar cómo los grandes poetas del Siglo de Oro utilizaban el lenguaje amoroso no solo para seducir, sino para afirmar su libertad interior. “Garcilaso no hablaba sólo de amor; hablaba de una forma nueva de estar en el mundo, de construir la subjetividad”, comenta.

Desde esa perspectiva, el amor se convierte en una dimensión esencial de la identidad. En la poesía de García Montero no hay romanticismo ingenuo, sino una búsqueda constante por comprender qué implica abrirse al otro, reconocerlo, cuidarlo. Decir “te quiero”, entonces, no es simplemente expresar un sentimiento, sino formular una posición en el mundo: una afirmación contra la indiferencia, una apuesta por la vulnerabilidad como motor del vínculo humano. A esto añade que la intimidad, bien entendida, puede ser un campo de batalla donde se disputan ideologías, donde se decide si el poder entra o no entra “en nuestra cama”.

El poeta sostiene que, en muchos discursos actuales, decir “te quiero” se ha vaciado de sentido, como si fuera una fórmula automática. Reivindica la importancia de volver a dotar al lenguaje amoroso de contenido ético, crítico y consciente. “Cuando uno dice ‘te quiero’ tiene que preguntarse qué está diciendo. Tiene que entender el contexto, la historia, la carga que lleva esa palabra en la vida de quien la pronuncia y de quien la recibe”.

Los jóvenes, las redes y el futuro del lenguaje

Durante la entrevista, insiste varias veces en el papel que juegan las nuevas generaciones. Cree en la juventud, no como una etapa idealizada, sino como una energía imprescindible para renovar la cultura. Pero le preocupa también la fragilidad del lenguaje en un entorno saturado de información. “Los jóvenes tienen intuición y sensibilidad, pero a veces el sistema les impone una cultura sin pausa, donde no hay tiempo para preguntarse por el sentido de las palabras”, dice.

Las redes sociales, que él no demoniza pero sí observa con distancia crítica, han modificado los hábitos de lectura y escritura. “En Twitter o Instagram se comunica rápido, sin tiempo para el matiz. Y la poesía, en cambio, necesita de esa lentitud, de ese cuidado”, reflexiona. Frente a ello, reivindica los espacios de escucha, como los podcasts poéticos o los recitales, donde se puede recuperar el ritmo humano de la palabra.

A este respecto, recuerda que algunos discursos actuales intentan sembrar desconfianza en logros que se consideraban consolidados. Señala con preocupación que “hay una prisa por borrar conquistas”, y observa cómo parte de la juventud reproduce retóricas dañinas, como el uso del término ‘feminazismo’, que considera no solo un error conceptual, sino un retroceso cultural. “Si no educamos en el valor del lenguaje, se nos cuelan mensajes reaccionarios sin que los identifiquemos”, advierte.

Además, lanza una advertencia sobre el avance de la inteligencia artificial en el terreno literario. A su juicio, ninguna máquina podrá sustituir la experiencia vital que hay detrás de un verso auténtico. “La poesía nace del temblor humano, del diálogo con uno mismo. Una máquina puede imitar estructuras, pero no puede saber lo que es el deseo, la pérdida, el amor”, argumenta. En este sentido, considera que el futuro del lenguaje no está en la innovación tecnológica sin control, sino en el uso ético y responsable de las herramientas disponibles. Se puede ser contemporáneo sin renunciar a la profundidad.

El Instituto Cervantes como espacio de defensa cultural

Desde que asumió la dirección del Instituto Cervantes en 2018, García Montero ha intentado proyectar una idea del español como lengua de pensamiento crítico, pluralidad y encuentro. Más allá de promover el idioma, entiende que la institución debe proteger también la tradición cultural que lo sostiene. Ha impulsado la presencia de autoras y autores contemporáneos, promovido el diálogo entre lenguas ibéricas y defendido la diversidad interna del español, ese idioma que se habla con muchos acentos y que enriquece su identidad desde la diferencia.

Para él, el español no es una lengua uniforme, sino un mosaico donde confluyen voces diversas. “No es lo mismo el español que se habla en Lima, en Bogotá o en Cádiz, pero todos enriquecen una misma tradición. El Cervantes tiene que visibilizar esa pluralidad, no borrarla”, sostiene. En sus palabras, una institución cultural no puede ser neutra ni autorreferencial, debe comprometerse con la realidad. Por eso defiende que el instituto que dirige también debe estar en diálogo con los debates actuales: la igualdad, la memoria, la sostenibilidad, la digitalización.

No ve su tarea como una gestión burocrática, sino como una extensión natural de su trabajo literario. Para él, escribir, enseñar y dirigir el Cervantes forman parte del mismo mapa ético: una defensa de la palabra como herramienta de encuentro, de resistencia y de transformación. “La lengua es el lugar donde nos pensamos. Por eso hay que cuidarla”, resume.

En definitiva, conversar con Luis García Montero es conversar con alguien que no ha perdido la fe en la palabra. Sus versos, sus reflexiones, su manera de mirar la literatura y la educación nos recuerdan que aún es posible decir «te quiero» con todas sus letras. Y que en ese decir, si lo hacemos conscientes, puede estar la semilla de una resistencia profunda y silenciosa, pero también luminosa.

Porque quizá —como él mismo ha escrito tantas veces— recordar, escribir, amar, no son más que distintas formas de no rendirse.

Gabinete de Comunicación


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