El pasado 21 d ejunio, el catedrático de Arqueología de la Universidad de La Laguna Antonio Tejera Gaspar fue investido como doctor Honoris Causa por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Reproducimos a continuación el discurso que Tejera Gaspar dictó en una ceremonia durante la cual también fue investido el catedrático de Filología Latina de la Universidad de Córdoba Miguel Rodríguez-Pantoja Márquez:
«Sé de antemano que la palabra gracias, suena casi siempre un tanto retórica y, las más de las veces vacía de contenido. Para mí, en cambio, es una de las que posee mayor fuerza y riqueza de nuestra lengua, por lo que he empezado aludiendo a ella para traer a la memoria a las muchas personas que son merecedoras de ella, ya que sin su ayuda difícilmente podría haber hecho algunas de las cosas que deseé realizar. En esta ocasión, las gracias se las debo a quienes han puesto tanto empeño en que ocupara hoy esta tribuna y vincularme a esta Institución, enriqueciéndome así con la que comparto desde hace muchos años con el Museo Canario y la Casa de Colón de esta ciudad, con lo que ya suman un número similar al de las embarcaciones colombinas que por primera vez recalaron en nuestra tierra, camino de las Indias, hace ahora 525 años.
Vaya en primer lugar mi agradecimiento al Claustro de profesores de esta Universidad y a su equipo de Gobierno, cuya representación ostenta el Excmo. Sr. Rector, al haberme aceptado, a título honorífico, en el claustro de profesores de esta Universidad, lo que ha sido posible gracias, sobre todo, al empeño de tres personas: la profesora de esta Casa, la Dra. María del Cristo González Marrero y del profesor Eduardo Aznar Vallejo de la Universidad de La Laguna. Y de manera especial quiero manifestarle mi agradecimiento al profesor Germán Santana Pérez, por haber aceptado la defensa de mi candidatura ante sus colegas del Claustro, y asimismo por pronunciar la laudatio.
Cuando hablamos de Universidad es de obligada referencia tener siempre presente sus dos funciones principales, la docencia y la investigación, pilares básicos sin los que no se puede entender su misión en la Sociedad. Ambas las he podido hacer con toda libertad en esta Institución durante casi 45 años. Me considero por ello una persona privilegiada, para quien no tuvo nunca otro deseo que el de ser profesor, procurando aprender de las lecturas y de la observación atenta de mis docentes, todo aquello que me ayudara a satisfacer lo que felizmente la vida me ha permitido conseguir. Y bien pronto lo encontré en la figura de Sócrates y en el modo de compartir sus ideas con quienes dialogaba, y con sus atentos oyentes, como muy bien lo recoge Platón en sus diálogos. Me lo descubrió mi profesor de griego en el Instituto de Santa Cruz de Tenerife, don Gregorio Hernáez López. Y más tarde tuve la suerte de encontrar en el Primer Curso de Filosofía y Letras en la Universidad de La Laguna, al profesor Emilio Lledó, y de nuevo a Sócrates. Yo pienso que él mismo estaba imbuido de su método para enseñar y transmitir el conocimiento. A mí, al menos, me parecían similares a los usados por el filósofo ateniense. Esos fueron, entre otros muchos, mis referentes éticos y mis maestros durante la vida universitaria, en los que yo creía haber descubierto el modo de enseñar que algún día deseaba poner en práctica. De ahí vengo, desde luego, aunque no estoy seguro de haberlo hecho como de verdad lo deseé, pero nunca he dejado de intentarlo.
El otro pilar en el que se fundamenta la Universidad, como decía, y bien sabido es para quienes hemos trabajado en ella, es la Investigación. A ella me referiré con unas palabras de Jorge Luis Borges, que figuran en el prólogo a su libro El oro de los tigres de 1972: “De un hombre que ha cumplido los setenta años que nos aconseja David poco podemos esperar, salvo el manejo consabido de unas destrezas, una que otra ligera variación y hartas repeticiones.”
Me parece que seguiré a pies juntillas esta recomendación de nuestro gran escritor argentino.
Después de mi corta estancia en la Universidad de Sevilla y Huelva, y de haber obtenido más tarde la plaza de profesor Adjunto de Prehistoria, me incorporé de nuevo a La Laguna el año 1979. Entendí entonces que, sin abandonar del todo mis estudios sobre los fenicios y los tartesios, a los que les había dedicado algún tiempo, necesitaba ahora reorientar mi investigación hacia las culturas preeuropeas de las islas Canarias, cumpliendo un principio elemental de todo profesor universitario: el de contribuir al conocimiento y a los intereses de la Sociedad de la que la Universidad es una parte esencial. Y tuve en cuenta otro hecho asimismo imprescindible que había aprendido como alumno universitario. El de tener presente la labor de quienes nos han precedido, buceando posibles caminos, que no siempre pudieron realizar, y que se encuentran en sus sugerencias y en sus intuiciones. Era necesario repensar ese conocimiento con criterios complementarios, y con otras perspectivas a como habían sido estudiadas hasta ahora, partiendo de los nuevos criterios procedentes de las diferentes materias que era necesario aplicar para su análisis. Y es eso lo que he hecho hasta ahora, contribuyendo como uno más, junto a lo mucho y bueno que han realizado mis colegas de las dos universidades canarias, de los museos insulares y de las unidades de Patrimonio de los Cabildos. Un esfuerzo de todos con el que la arqueología de las Islas ha aportado en estos últimos años valiosos descubrimientos, abriendo otros caminos y sugerentes interrogantes también, que nos han permitido adquirir nuevos conocimientos sobre las antiguas culturas de Canarias.
No quiero ocultar, sin embargo, más bien todo lo contrario, los muchos interrogantes que existen aún sobre la pretérita realidad insular, por lo que he procurado, siempre que me ha sido posible, no establecer afirmaciones absolutas, ya que a lo largo de los años hemos convivido con muchos tópicos que a la postre se han convertido en verdades, en apariencia inmutables, que ha costado y aún cuesta corregir y revisar. Temas de sumo interés, difíciles de responder, sobre los que giran intensos y polémicos debates, como por qué y las circunstancias de la llegada de estos pueblos a las Islas, la reorganización y estratificación de la nueva sociedad, la puesta en práctica de pautas adquiridas, cuánto existe de herencia y de normas previas y cuánto de innovaciones y respuestas a la nueva realidad, tanto ambiental, de recursos, de medios de producción, de normas de reproducción, así como su relación con las sociedades europeas durante la etapa de contacto más o menos prolongado, según las islas.
Esta complejidad nos debe llevar a revisar asimismo muchas generalizaciones que se han hecho durante décadas sobre estas poblaciones. Para realizar esta tarea, desde una perspectiva desmitificadora, hemos de alejarnos en lo posible de esas visiones deformadas, cuando no interesadas también, de esa misma realidad. En ocasiones, porque con estas Islas se han asociado un buen número de mitos clásicos, como si se tratara de una realidad histórica. Hoy, no obstante, son hechos superados, gracias al esfuerzo realizado, entre otros, por el profesor Marcos Martínez, quien ha determinado muy bien la existencia de islas reales en las fuentes clásicas, de aquellas otras que han servido para asociarlas de manera indistinta con territorios del Mediterráneo y el Atlántico. Y de otro lado, la consideración de estas culturas como sociedades neolíticas, pobres y poco desarrolladas. Por ello ha sido importante el esfuerzo realizado, y que ha de hacerse en el futuro, para tener una perspectiva más próxima a la realidad cotidiana, y sobre todo más desidealizada, aunque de ellas perviva una denominación de origen mítico, la de Islas Afortunadas, que con el tiempo se transformaría en un hecho real, cuando fueron descubiertas por los romanos durante el mandato del emperador Augusto, en torno al s. I. antes o después de la Era, como ya lo argumentaría, entre otros, el profesor Juan Álvarez Delgado.
Hoy sabemos con toda certeza que las culturas insulares tienen un común origen en el Mediterráneo norteafricano. De África vinieron y fue este continente su madre patria, en donde habitaban diferentes sociedades bereberes cuando este territorio fue ocupado por los fenicios a fines del siglo IX; por los griegos a mediados del siglo VII y los romanos en el 146 a.C. Tales vinculaciones se han confirmado por el estrecho paralelismo de algunas manifestaciones rupestres con las del continente, como la escritura líbico-bereber, un patrimonio singular del Archipiélago, debido a su número relevante en comparación al de algunas zonas del norte de África, que en las últimas décadas se ha enriquecido además con el descubrimiento de otro alfabeto que se ha documentado en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, y ha sido considerado, por unos, escritura púnica, y latina por otros, aunque su origen resulta todavía hoy poco preciso y aún mal definido. Todo ello enriquecido además con los restos de las lenguas preeuropeas de las Islas, que comparten aquel mismo origen, y que los estudios genéticos han venido a corroborar.
Pese a que estas culturas se desarrollaron en contextos insulares aislados, y hasta donde sabemos sin aportes étnicos culturales externos, no deben ser observadas como un continuum histórico, como si se tratara de una foto estática, sin un pasado bien definido, como en muchas ocasiones se nos aparentan estas sociedades desde las primeras evidencias escritas sobre ellas. Ese sincronismo histórico, anclado en el s. XV, impide en ocasiones adentrarnos en un conocimiento más profundo, rico y evolutivo de las diferentes comunidades insulares, para conocer los importantes cambios culturales, socioeconómicos, políticos, estéticos, religiosos, que se debieron producir en los aproximadamente mil quinientos años en los que estos grupos humanos permanecieron en las siete islas mayores. Si comparamos ese tiempo con el de otras culturas de relevancia histórica y con importantes transformaciones en su devenir, apenas alcanzaron la mitad de tiempo que la que aquí nos ocupa. Entre ellas, la Grecia Clásica, el Imperio Romano, El Islam en la Península Ibérica, Los Mayas, El Imperio Inca, etc. Todas ocupan un tiempo muy inferior al de la cultura de los antiguos canarios, guanches, bimbaches, gomeros, benahoaritas y majos. Explicar su proceso evolutivo es pues, uno de los retos de futuro pendientes de realizar.
Explicar el poblamiento de las islas Canarias en la Antigüedad con gentes que desconocían la navegación, se ha transformado en una gran aporía que no ha sido posible responder de manera precisa, aunque, a mi juicio, ya lo explicaron muy certeramente algunos cronistas del siglo XVI, como el ingeniero Leonardo Torriani: “Algunos pretenden que estas islas quedaron después desiertas y casi desconocidas, durante muchos años, y que más tarde las volvió a descubrir Juba y las pobló con númidas.” En sentido similar se expresaba el cronista-historiador Abreu Galindo. Siguiendo ideas ya expresadas por otros investigadores, yo soy partidario asimismo de que el poblamiento de las Islas debe explicarse en el contexto de los acontecimientos históricos del África romana, ya que desde el 6 d.C., durante el mandato del rey Juba II de Mauritania, en época del emperador Augusto, se inicia un periodo de revueltas de las poblaciones indígenas norteafricanas que alcanzan hasta el Bajo Imperio, con periodos de revueltas virulentas que obligaron a desplazamientos forzosos de gente dentro del continente y hacia islas desiertas, como se estipulaba en la legislación romana. Estas y otras fueron las formas de castigo contra los bereberes insurrectos. Yo pienso que es en este contexto en el que se explicaría el primer poblamiento humano de este Archipiélago. Explicación que ha de entenderse como una hipótesis más que solo la investigación futura podrá confirmarla.
Las islas Canarias constituyen el único archipiélago atlántico de los cuatro que componen la Macaronesia, que se hallaba habitado antes de la llegada de la población europea; los genoveses en la isla de Lanzarote, en el primer tercio del siglo XIV, los mallorquines en esta isla de Gran Canaria hacia mediados de esa centuria. Los franceses en Lanzarote y Fuerteventura a partir de 1402, y desde mediados del siglo XV, los castellanos en la isla de La Gomera, y la ocupación definitiva a partir del año 1496, cuando tuvo lugar en Tenerife el final de las conquistas.
Estas culturas indígenas han ejercido siempre un gran atractivo, no exento de curiosidad, por quienes nos visitan, pero sobre todo, de los habitantes del Archipiélago, ya sea por razones formativas como, en gran medida, por lo que puede tener de construcción identitaria, buscando en la pervivencia de muchos elementos culturales, como la cerámica popular, el deporte, los juegos, las creencias, o algunas formas de pesca y pastoreo, el uso del medio y de sus recursos, pero sobre todo de las reminiscencias de su léxico en el número significativo de topónimos de origen bereber del Archipiélago. O la existencia en esta isla del hábitat en cuevas artificiales, práctica que ha llegado hasta nuestros días y que supuso en el pasado una impresionante obra de ingeniería constructiva. O la utilización del silbo como mecanismo de comunicación en islas de relieve escarpado y difícil de transitar, una reliquia viva en las islas de La Gomera y El Hierro.
Esa búsqueda de una identidad perdida, la ha expresado muy bien el recientemente desaparecido antropólogo Fernando Estévez González, para quien “los canarios, los guanches fueron y son, al mismo tiempo, los “otros” y nosotros. Los guanches nos han unido y nos han dividido. En cualquier caso, siempre han estado presentes y forman parte de nuestro sentido común histórico. Vivos o muertos, degradados o enaltecidos, reivindicados o renegados, cristalizan las tensiones históricas de este pueblo. Nos hemos preguntado, una y otra vez, quiénes fueron (…) Pero en el presente, en cualquier presente, los aborígenes canarios son lo que queremos que sean, lo que quisimos que fueran, pretendiendo ver en el pasado la confirmación de nuestras visiones de hoy. De sus diferentes negativos queremos obtener nuestra propia imagen en positivo. Porque, mirando hacia atrás en la historia de las islas, el guanche no fue casi nunca un problema del pasado sino del presente y del futuro”.
Futuro que espero comience a ser fructífero, como así ya se ha puesto de manifiesto con los trabajos realizados en el Parque Arqueológico de la Cueva Pintada de Gáldar y de Risco Caído de Artenara, un referente de la geografía sagrada de Gran Canaria, que podría servir de pauta para estudios similares en otros espacios de las culturas canarias, Tindaya en Fuerteventura, la Caldera de Taburiente en La Palma, el Garajonay en La Gomera o las Cañadas del Teide en Tenerife, entre otros sitios singulares de nuestro territorio. El estudio interdisciplinar que se ha realizado en Risco Caído ha puesto de manifiesto las muchas posibilidades de investigación aún por explorar, en las que han de convivir junto a la Arqueología y a la documentación histórica, los estudios geológicos, biológicos, arquitectónicos, astronómicos, entre otras muchas disciplinas, que nos están ayudando a enriquecer el conocimiento de unas culturas exclusivas de estas islas atlánticas, con la seguridad de que con el auxilio de distintas disciplinas se podrá contribuir a que conozcamos y valoremos mejor en el futuro cómo fue nuestro pasado».