Les gustaría que la universidad española potenciara más el capital humano y, sobre todo, que definiera su papel a largo plazo. Pero la realidad con la que se topan Juana Sancho y Fernando Hernández, catedráticos de la Universidad de Barcelona y reconocidos expertos en innovación educativa, es que ni siquiera se pueden “garantizar unas condiciones dignas” para los profesores que enseñan porque “España nunca ha hecho una opción por la educación”. Pese a todo, siguen intentando “transformar su metro cuadrado”, embarcados en proyectos nacionales e internacionales que impliquen al alumnado en su propio aprendizaje. Es su manera de combatir un sistema que tiende a cosificar los saberes en forma de títulos que solo sirven para conseguir un trabajo y no para “aprender de una manera diferente”. La gran cuestión para ambos es qué tipo de educación necesitan los jóvenes del siglo XXI, sin duda, una pregunta cuya respuesta puede encontrarse ‘buceando’ en los entornos educativos.
¿Cómo valoran, 25 años después de publicar su libro ‘Para enseñar no basta con saber la asignatura’, los cambios que se han producido en la enseñanza universitaria?
Juana Sancho: Desde que escribimos el libro sí que han cambiado muchas cosas. Ha habido un mayor interés por la mejora de la enseñanza, en general, y en particular por la universidad. La Universidad de Barcelona promueve desde hace 25 años la innovación docente. De todas formas, desde mi punto de vista hay que moverse aún más, porque aprender no consiste en escuchar, copiar, aplicar y repetir. Esto solo ayuda a pasar un examen, y tiene que ayudar a entender tu área de conocimiento.
Se ha hecho mucha investigación desde la psicología cognitiva sobre los contextos de aprendizaje. En el mundo del conocimiento, que cada vez es más transdisciplinar, ha habido muchos avances, sin embargo, todavía falta entender que la enseñanza y el aprendizaje forman una relación con un ‘legítimo otro’ que tiene unos saberes distintos. Si el otro no me entiende, yo no me siento respetado. Por eso hay un cierto desencanto de los estudiantes hacia la universidad; parece que lo único que les interesa es el título, no lo que les enseñamos, y eso como profesores universitarios nos afecta.
¿Esa obsesión por el título no es algo muy propio de España, debido a las exigencias impuestas por las empresas en el mercado laboral actual?
Fernando Hernández: Hoy en día las empresas quieren gente que haga cosas, les da igual el título que posean. Ese afán por tener un título es algo muy propio del sur de Europa, de Italia y Francia, no solo de España. En un tiempo poseer un título daba mucho prestigio social. Cuando nosotros entramos en la universidad éramos el 5% y ahora el 38%, y eso es debido al cambio tan grande que ha sufrido este país en 50 años. Pero esto tiene un contra efecto respecto a la función que debe ejercer la universidad. Hay muchas empresas que dicen: no me interesa el título que tienes sino lo que sabes hacer, y entonces forman ellos a los recién titulados. Está claro que hay una descualificación. Una cosa es lo que uno sabe y otra distinta que el otro lo aprenda.
J.S: Evidentemente el conocimiento disciplinar es importante porque acerca a los problemas sociales pero, ¿hasta qué punto la universidad se posiciona como una institución de trasmisión de conocimientos hoy en día? Ya las universidades no son depositarias de ese conocimiento, elaborado por otros y que está en todas partes, por eso tiene que saber qué papel va a jugar para dar sentido a todo esto.
¿Cuál creen ustedes que es el mayor reto al que se enfrenta hoy en día la universidad española? ¿Qué es lo que tiene que afrontar sin falta?
F.H: Lo primero es garantizar unas condiciones de trabajo dignas para la gente que da clases. Los profesores están haciendo trabajos interesantes, pero sin continuidad. Hay que decidir qué universidad queremos y qué personal necesitamos porque no se puede seguir con esta precarización: pagar por horas lectivas. Hay departamentos donde el 70% del profesorado está compuesto por gente que enseña unas horas y luego se va, como si fuera una academia. Esto está provocando que se vacíen los clubes científicos y de investigación. Es indudable que lo primero es la regularización, y que al menos el 50% del personal pueda hacer carrera.
J.S: En segundo lugar, consideramos que las universidades han perdido fuelle en definir cuál es su misión, ambición y su visión de las cosas, porque han adoptado una visión cortoplacista, van a remolque. Hay universidades que están planificando a largo plazo el modelo que quieren. Evidentemente, son universidades con una autonomía financiera que las españolas no poseen.
¿Qué universidades de otros países consideran ustedes que son modélicas y un ejemplo a seguir en estos momentos?
J.S: La Universidad Aalto (Finlandia), por ejemplo, tiene claro que su futuro va por la internacionalización y ha creado un campus nuevo, totalmente redefinido, con modos de investigar novedosos y laboratorios en los que trabaja tanto gente de artes como de ciencias. Otro centro que también está definiendo lo que quiere hacer para los años 20 o 30 es el Massachusetts Institute of Technology (MIT), considerado por muchos la mejor universidad del mundo, pero que realmente es una gran corporación y no una universidad pública.
¿Cómo es el modelo actual que tiene la universidad española?
F.H: A nosotros nos interesa mucho la relación de la universidad con la sociedad, y en este sentido las universidades españolas tienen una gran indefinición en su modelo. En España se piensa que los proyectos se hacen porque sí, que todo está en la Red, pero no ves a nadie que tenga la visión de redirigir. Mientras aquí hay un exceso de burocratización, en Finlandia, Escocia o en los países nórdicos piensan en cómo potenciar el capital humano que poseen. Aquí no. De hecho, nuestro país no ha hecho nunca una opción por la educación salvo, quizá, en la década de los 80. Por eso tratamos de transformar nuestro metro cuadrado, las relaciones con los estudiantes y equipos para que haya una cultura universitaria diferente.
¿Están afirmando entonces que existe un desencanto generalizado en la universidad española, tanto en los profesores como en el alumnado?
J.S: No tanto desencanto o decepción, pero sí falta de implicación, de ‘engagement’, que dirían los británicos. Esto no quiere decir que no haya muchos profesores implicados que hacen una tarea impresionante, igual que muchos alumnos universitarios. Ahora también hay un porcentaje de estudiantes con pasión por aprender. Y es que para mí la misión de la universidad es preparar a los jóvenes para que interactúen y entiendan el mundo en el que viven, y no solo adaptarse al mercado de trabajo.
F.H: No estamos decepcionados pero vemos que no hay un proyecto de país, ni de Estado, ni de comunidad autónoma. No puede ser que las universidades estén en pugna con los gobiernos y que éstos tengan un criterio economicista. Pensar que un alumno equivale a tantos euros es poner trabas para que las cosas funcionen. Se necesitan alianzas y no subordinaciones. En este país el dinero de la investigación, encima de que es poco, lo devuelven. Ahí la inversión tiene que ser a fondo perdido. En Irlanda eso se ve en los institutos, que trabajan en colaboración con otras instituciones, o en Alemania, donde los chavales desde la ESO se pueden acercar al mundo real. Y en Finlandia, por supuesto, donde no hay luchas partidistas porque quieren la mejor educación posible para sus estudiantes.
Como docentes, ¿cuál creen que es la mejor forma de aconsejar o guiar a estudiantes que no tienen claro qué grado quieren cursar?
F.H: Yo creo que se obliga a los estudiantes a tomar decisiones muy serias a edades muy tempranas en las que hay muchas cosas que aún desconocen; se sienten perdidos y no cuentan con estrategias de apoyo. Las famosas tutorías son solo un espacio conversacional. En otros países sí hemos visto que hay apoyo a los jóvenes para que tomen decisiones. Hay una visión mucho más formativa.
Además, no todo el mundo necesita ir a la universidad. En España hay una formación profesional maravillosa, muy competitiva. Una cosa muy positiva de nuestro sistema de enseñanza es que los estudios no son finalistas: terminas la ESO, puedes continuar en FP y de ahí seguir hacia la universidad, donde los chavales llegan con otra madurez después de concluir ciclos formativos, además de preparados en profesiones muy interesantes.
¿Cómo llegan hoy en día los jóvenes a la universidad respecto a hace años? ¿Cómo es el estudiante universitario del siglo XXI?
J.S: Llegan como llegamos nosotros. Hay un poco de todo: desde gente que va a pasar el rato hasta gente a la que se le va abriendo los ojos. A veces en la clase están con el móvil pero en nuestra época también había gente que desconectaba de otra forma. Aunque hoy todo va más rápido y poseen más información, hay que preguntarse cuál es el tipo de educación que requieren los jóvenes en estos momentos. Habría que hacer una reflexión profunda sobre las tecnologías educativas que necesitamos para el siglo XXI, y con esto no quiero decir que haya más ‘tablets’, sino que la escuela sea la que proporcione al alumnado la forma de ver el mundo. Luego ya elegiremos las técnicas.
¿Qué opinan del uso de los móviles por parte de los adolescentes y del acceso y exposición en las redes sociales a edades tempranas?
J.S: Considero que tiene que haber una responsabilidad en el uso de los medios y un control por parte de los padres. Lo ideal es establecer límites y generar alternativas. Es preocupante que las familias con menos capital cultural compren más artilugios a sus hijos, quizá porque así compensan la falta de ratos con ellos debido al trabajo. Lo cierto es que el papel de la escuela sería aplicar a la tecnología la misma idea que a la nutrición: hay que comer de todo un poco. Pero nadie está trabajando en qué hay detrás de todo esto. Desde Internet y las redes sociales te analizan y te van dando lo que supuestamente te gusta. Yo intento hacer pensar a mis alumnos en clase. Eso sí que es un reto. Tenemos que aprender todos juntos.
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