Cuando la famosa oveja Dolly irrumpió en los informativos a medidos de los años 90 del siglo pasado, la sociedad comenzó a ser plenamente consciente de la existencia de la biotecnología. Desde entonces, esta disciplina no ha parado de avanzar e introducir innovaciones en diferentes ámbitos de la vida diaria. Uno de los científicos más relevantes en esta materia en nuestro país es Lluís Montoliu, investigador científico del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología(CNB) que se ha especializado en los modelos animales para el estudio de enfermedades raras como el albinismo.
En enero visitó la Universidad de La Laguna para interesarse por los avances del proyecto Nanopdics de la investigadora Teresa Giráldez y, de paso, para presentar en el antiguo Convento de Santo Domingo su nuevo libro divulgativo: Editando genes: recorta, pega, colorea. Las maravillosas herramientas CRISPR, en el cual presenta de manera sencilla esta nueva tecnología que permite manipular el genoma con una precisión y sencillez inéditas hasta hace poco. El Gabinete de Comunicación pudo hablar con él antes de esta presentación sobre estas técnicas y, también, sobre otro de los asuntos que preocupan a Montoliu: la bioética.
¿Qué nos puede contar del libro que presenta, Editando genes: recorta, pega y colorea?
Es un título que nos retrotrae a la infancia y con el que quería expresar que estamos ante una revolución que tiene tanto de poderosa como de sencilla. Es muy asequible tanto económicamente como tecnológicamente y nos ha cambiado la vida a todos los que nos dedicamos a investigación en áreas como, en mi caso, la biomedicina.
Lo que hacemos es aprovechar unas herramientas que pueden editar cualquier genoma que no las hemos inventado nosotros, sino las bacterias, hace miles de millones de años. Han tenido todo el tiempo de la evolución para preparar unas herramientas que hacen estupendamente esta acción de editar. Nosotros las sacamos fuera de contexto y las utilizamos no para editar los genes de la bacteria sino para editar nuestros genes: donde exista una mutación, corregirla. O, a nivel de investigación, si queremos verificar cuál es el efecto de una determinada mutación, podemos utilizar nuestros modelos animales e incorporarles esa mutación específica muy sutil que hemos diagnosticado en un paciente y hacer las preguntas que, naturalmente, no podríamos hacer en un paciente humano.
¿Estamos hablado de las llamadas herramientas CRISPR?
Es un acrónimo de Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats, inventado en España por Francisco Juan Martínez Mojica, microbiólogo en la Universidad de Alicante, que fue el primero que se percató de la relevancia de estos sistemas y por eso suena su nombre como posible candidato a un premio Nobel. CRISPR es una descripción de lo que son: secuencias cortas, que están agrupadas, que son palindrómicas -que se leen igual del derecho que del revés- y que sirven a las bacterias para defenderse de los virus. Diez años después de que Mojica las descubriera como un sistema de defensa, otros investigadores, basándose en su trabajo, las convirtieron en estas herramientas de “recorta, pega y colorea”.
En nuestro genoma tenemos 3.000 millones de letras de cuatro posibles: la A, la G, la C y la T. En una determinada posición de un gen, en lugar de una A puede que haya una C y eso puede generar un problema y que el gen funcione mal. Ahora tenemos la manera de borrar la C y volver a poner la A, algo que no era posible antes.
Recuerdo el impacto que causó la oveja Dolly, parecía que iba a producirse un cambio radical que, visto desde fuera del mundo de la investigación, parece que no terminó de llegar.
Con la oveja Dolly pasaron muchas cosas. En particular, que gracias los medios de comunicación, la sociedad empezó a interesarse de forma específica por temas biotecnológicos. La palabra “clonación” hizo mucha fortuna. Lo que pasa es que las técnicas que nos descubrió el equipo escocés responsable de la creación de la oveja Dolly han sido estupendas a nivel de laboratorio, pero prácticamente nada de lo que se avanzaba a nivel terapéutico se ha cumplido, porque eran técnicas muy complicadas que exigían células embrionarias pluripotentes –las llamadas células madre- que era, y sigue siendo, complicado trabajar con ellas. Nos han permitido investigar, pero no tratar a los pacientes, al menos no en el volumen que se esperaba.
Las herramientas CRISPR son algo muy distinto. Es una tecnología que por su sencillez es poderosa, porque directamente te permiten decidir a qué gen vas y qué quieres que le ocurra. Así explicado, parece que ya tendría que estar ya funcionando en el hospital. El problema es que todavía no controlamos bien la segunda parte del proceso: cortar lo hacemos estupendamente, es lo que hemos aprendido de las bacterias; el pagado ya depende de nuestras herramientas de reparación y, mal nos pese, no son tan exquisitas ni tan específicas. Son muy variables y se equivocan, metiendo diferentes secuencias.
Por ejemplo, yo trabajo en modelos animales, quiero introducir una letra en una posición determinada. Me nacen 20 ratoncitos, esa letra la encuentro en uno de ellos y como los otros 19 no la tienen, los descarto y me quedo con el que me interesa. Eso no lo puedo hacer con pacientes humanos, esa incertidumbre es la que todavía tenemos que seguir trabajando y lo que realmente está limitando el impacto de CRISPR en estos momentos.
Por eso, la mayor parte de aplicaciones médicas que están llegado son ex vivo, es decir, fuera del paciente, sobre todo para enfermedades de la sangre (anemia falciforme, inmunodeficiencias, la beta talasemia) en las cuales los pacientes afectados se enfrentan a transfusiones semanales. Se les puede extraer de la médula ósea sus células deficientes y fuera del paciente se pueden editar. Nos va a ocurrir lo mismo [que con los ratones], que no siempre nos va a salir lo que queremos. Pero podemos seleccionar y retornar al paciente solamente aquello que nos interesa. Estamos todavía lejos de los tratamientos in vivo, en los cuales nos administraríamos nosotros las herramientas en el cuerpo, pero al hacerlo perdemos el control, en el sentido de que no sabemos cuántas células se corregirán adecuadamente, ni si se corregirán en el sentido deseado. Mientras esto no sea posible, es imprudente y probablemente éticamente irresponsable.
Pero todo esto que tiene unas limitaciones importantes en biomedicina, no las tiene en biotecnología. Suelo decir que nos vamos a comer el resultado de la biotecnología aplicada a las CRISPR antes de que la vayamos a utilizar para tratarnos las enfermedades. Hablo de la capacidad de encontrar variantes en plantas que sean resistentes a plagas o que estén mejor adaptadas a los cambios climáticos que nos acechan. En esos casos vamos a tener la misma variabilidad, no todas las plantas nos van a salir exactamente como queremos, pero serán fáciles de seleccionar las adecuadas para ampliar y poner a cultivar.
Hay varios ejemplos. En España, Francisco Barro, del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba, ha generado un trigo que prácticamente ha reducido al mínimo la cantidad de gliadinas –proteínas del gluten- con lo cual su harina sirve para hacer un pan consumible para personas con celiaquía. En Japón, el Monzón hace que llueva tanto que las espigas de trigo germinan antes de la recogida, haciéndolas inservibles. Pero se puede evitar esa germinación prematura inactivando los genes responsables de ello. También es posible cambiar algunos aspectos productivos en cuanto a acúmulo de carne o de lana en corderos, como se ha hecho en Uruguay.
En biotecnología ya es una revolución real, y en el laboratorio, también. Donde quizá menos lo sea es en el hospital, porque debemos ir paso a paso. Normalmente se pone el acento en que las terapias deben ser eficaces, lo cual es cierto. Pero antes de ser eficaces, tienen que ser seguras. Según los principios de la bioética, hay que hacer el bien y no hay que hacer el mal; tenemos que promover algo que realmente sirva al paciente pero que no le provoque un daño superior al que le vamos a corregir. Mientras esto no lo controlemos, deberíamos ser muy cautelosos.
¿Qué opina del investigador chino ahora en prisión?
Cuando ocurren desgracias o experimentos que nunca deberían haber ocurrido, como el del investigador chino que modificó el ADN de tres bebés, He Jiankui, hay que salir a explicar que eso no se debería haber hecho. [En ese caso] sabemos que hay tres niñas cuyas células son genéticamente diversas, tienen un “batiburrillo” de secuencias. Esto, con ratones, lo gestiono porque los pongo a cruzar y segrego lo que separo de lo que no. Pero con personas no se puede hacer, el resto de su vida van a tener que luchar contra cualquier eventualidad producida por estos cambios genéticos no controladas. El experimento que se hizo fuera de las recomendaciones también en China –no es cierto que en China se pueda hacer de todo- se saltó la ley y ha sido condenado a tiempo de prisión, una multa económica y, lo que es más importante, la inhabilitación de por vida.
¿Y qué pasó con las niñas?
No sabemos nada más que han sido acogidas por las autoridades chinas y tendrán que ser supervisadas médicamente de por vida tanto ellas como sus descendientes, si en algún momento deciden tener hijos. Porque esos cambios genéticos les pueden producir un fallo multiorgánico en cualquier momento. No todos los ratoncitos que genero para nuestros experimentos sobreviven, algunas de las mutaciones que acumulan son incompatibles con la vida. Y esto, siendo terrible, es algo que sabemos gestionar porque es parte del riesgo de trabajar con animales de experimentación. Pero una cosa es que lo asumas con animales de laboratorio y otra que traslademos ese riesgo a bebés. Eso es algo totalmente irresponsable.
Ya entra en el ámbito de la bioética.
Me interesa trasladar esa idea de que no por que técnicamente seamos capaces de hacer algo lo tenemos que llevar a cabo. Las leyes no las decidimos los científicos; nosotros desarrollamos conocimiento, pero el marco de actuación nos lo tiene que determinar la sociedad a través de sus instituciones y según su moral y cultura. Por ejemplo, en nuestra cultura pensamos que todo aquel avance biomédico que sirve para curar una enfermad es beneficioso, pero un avance que sirva para adquirir una capacidad que antes no tenías –ser más alto, más inteligente- no es algo esté promocionado.
Sin embargo, estas aplicaciones de mejora están siendo promocionadas desde una corriente filosófica de la cual se habla poco en España pero en Estados Unidos está pegando muy fuerte, que es el transhumanismo: la decisión individual de un persona que, en ejercicio absoluto de su libertad, conoce que existen técnicas que le pueden permitir adquirir capacidades físicas o psíquicas capaces de convertirlo en un súper hombre o una súper mujer y, sin tener que esperar a las autoridades, decide asumir el riesgo (yo digo que no lo asumen, sino que lo desconocen).
Estamos hablando de genes que, si los inactivas, dejas de percibir el dolor, y yo no sé si quiero dejar de percibirlo. O de un gen que permita que el virus del SIDA no me afecte, porque entra a través de una proteína y, si elimino el gen que codifica esa proteína, paso a ser insensible. La gran simplificación y la ingenuidad de los transhumanistas más extremos es pensar que cada uno de nuestros de genes solamente hace una cosa. Apenas tenemos 20.000 genes, pero tenemos que hacer muchas más de 20.000 cosas. Con lo cual, si eliminamos esa proteína, además de impedir la entrada del virus del SIDA, alteraremos el sistema inmune, por lo cual probablemente seremos más sensibles a otros virus y tendremos otras consecuencias, algunas de las cuales ni conocemos.
Esto en Estados Unidos ha hecho fortuna a través de lo que han llamado biopiratas o biohackers, personas que asumiendo el riesgo (yo insisto en que lo desoncen) se inyectan estas sustancias para inactivar el gen de la mioestatina, que es un regulador de la fabricación de fibras musculares. Si eliminas un represor, esas fibras empiezan a hiperproliferar. Es una mutación que se encuentra en especies como corderos, vacas o perros, que son animales muy musculosos. Pero evidentemente no es una mutación gratuita, conlleva sus riesgos cardiovasculares. No todo es estupendo cuando haces alguna de estas injerencias.
Creo que esto hay que trasladarlo a la sociedad porque estas cosas están llegando a la gente a través de series de televisión. En Netflix hay una que se llama Selección antinatural en la cual se habla de estos temas, explica las vivencias de estos tipos que se inyectan y dan esa sensación de sencillez, la idea de que desde casa puedes pedir esos ingredientes. Tenemos que luchar para que esto se regule, porque la ciencia siempre va por delante de la ley, pero tenemos que conseguir que se acomode la legislación.
Pero en la sociedad en que vivimos, donde el mercado se impone cada vez más, ¿no existe el peligro de que empiece a influir sobre los legisladores? Porque esto es muy goloso.
Claro que es muy goloso. Y por eso había otros países que, si no hubiera sido condenado, invitaban al investigador chino a trasladarse y le ponían laboratorio. Por eso debemos promover el uso responsable. Aquí en Europa hemos creado la Asociación para la Investigación Responsable e Innovación en Edición Genómica (ARRIGE, en sus siglas inglesas), de la cual soy presidente, en la que promovemos el uso responsable y repetimos constantemente que no todo lo que podemos hacer sobre el papel lo tenemos que hacer necesariamente.
La alteración de un genoma humano no solamente afecta a esa persona. Si afecta a la línea germinal, va a influir también a sus hijos y nietos, es toda una estirpe. Estaríamos alterando a toda una rama de la humanidad y, por tanto, eso trasciende a la ciencia y vamos a necesitar filósofos, eticistas, psicólogos, sociólogos, etc. Vamos a necesitar una discusión multidisciplinar para llegar al acuerdo de si esto es bueno o malo. Y si se acuerda que es bueno y la ley lo permite, adelante. Pero si no, pues no se hace.
El experimento que hizo el investigador chino en España es totalmente ilegal, nuestro Código Penal tiene artículos específicos que no se han utilizado nunca, afortunadamente, pero si alguien cometiera esa irresponsabilidad, hay un delito y unas penas estipuladas. En España estamos mucho más adelantados que otros países en cuanto a regulación. Pero de nada sirve que unos pocos países tengan esto regulado cuando otros no lo tienen, porque vivimos en un mundo global.
La aproximación de ARRIGE es buscar instituciones que tengan buen ascendente en los países, como Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud. Existe la Declaración de los Derechos Humanos y también la Declaración del Genoma, que costó aprobarla y habría que actualizarla para incorporar estas nuevas tecnologías que hace pocos años no conocíamos. Si se incorporara en alguna de estas declaraciones universales sería importante, porque son los documentos que luego cada país utiliza para actualizar sus propias leyes. Creemos que esto sería más efectivo que luchar en cada país.
Hay que ponerle coto porque eso sería la puerta para políticas de eugenesia.
Bueno, esa es la palabra que planea esta conversación y que todavía no se había utilizado. El utilizar estas tecnologías para seleccionar tanto embriones como para características de selección o elección en embriones ya sabemos que se intentó en Alemania a finales de la Segunda Guerra Mundial… y ya sabemos a todos los desastres y barbaridades a las que llevó. No por casualidad, la bioética, se fundó a finales de los años 40, justo después de la guerra. No deberíamos volver a cometer el mismo error.
A mí me parece ofensivo que quienes tenemos la posibilidad de dedicarnos a estas cosas destinemos ni medio segundo de nuestro tiempo a pensar en este tipo de aplicaciones. Yo me dedico al campo de las enfermedades raras de base genética. Hay miles de ellas y millones de personas afectadas (30 millones en Europa y unos 3 millones en España) y muchas de ellas no tienen ningún tipo de esperanza terapéutica. Se abre alguna pequeña ventana terapéutica gracias a estas CRISPR, pero todavía tenemos que seguir investigando, y creo que perder tiempo y destinar recursos a otra cosa que no sea esto me parece obsceno.
Gabinete de Comunicación