Rhode Island. Mejillón. Toxina. Son palabras que por sí solas no tienen por qué tener un nexo. El hecho de tratar de encontrarlo para formar una frase engomada como hacen los niños de primaria al aprender el manejo del español resultaría tan obvio como simplón, sobre todo porque detrás de ellas hay otras que ayudan, en gran medida, a construir este relato: marea roja, dinoflagelados, ‘bloom’.
Estas y otras cuantas más que irán surgiendo dan forma a esta historia que no es otra que la crónica de un investigador de la Universidad de La Laguna (y su equipo) que en la década de los 80 comenzó a indagar ‒cuando podría decirse que casi nadie lo hacía‒ en unas algas microscópicas de las que se alimentaban los mejillones, berberechos y vieiras, y a las que los mejilloneros de las rías de Galicia siguen teniendo auténtico pavor. Y no es para menos. Solo hay que echar un vistazo a los titulares de prensa en los que el término marea roja solo aparece para indicar pérdidas y un desastre que en ocasiones se repite con demasiada frecuencia.
Porque no todo el mundo sabe que las mareas rojas son un fenómeno natural. La gente las asocia muchas veces a la contaminación, a los vertidos. Pero no es así. El término correcto es Floraciones Algales o ‘bloom’, si nos apoyamos en el anglicismo. Y a ellas se refiere también como ‘bloom’ el profesor (ahora emérito) de Química y catedrático de la Universidad de La Laguna, Manuel Norte, un experto en el estudio de las toxinas marinas que a lo largo de su trayectoria profesional ha recibido el reconocimiento unánime de la comunidad científica.
“Cuando los dinoflagelados, que forman parte del plancton, se multiplican por millones constituyen lo que llamamos un ‘bloom’, y si en ese proceso generan sustancias tóxicas, esa floración se vuelve venenosa. Hay que tener en cuenta que los organismos marinos que se alimentan de ese plancton son inmunes a ese veneno, y lo que hacen es acumularlo en los órganos del aparato digestivo”.
Así es como esas sustancias tóxicas que abrigan los berberechos, las vieiras, las ostras y, sobre todo los mejillones ‒tesoro gastronómico de Galicia por excelencia‒ se introducen en nuestro cuerpo, produciendo efectos tan adversos como vómitos, diarreas, náuseas e incluso parálisis. Pero esto es algo que se sabe ahora. Antes no. En la época de la que nos habla Manuel Norte esto se achacaba al mal estado del marisco. Lo que apuraba de verdad a las autoridades gallegas era cómo hacer frente a las temidas mareas rojas, que precipitaban de forma fulgurante la caída de la producción de este sabroso molusco y ennegrecían por completo la fama de su extraordinaria calidad.
El reino del mejillón
Para entender la importancia de las aportaciones que el grupo de investigación de Productos Naturales Marinos del Instituto Universitario de Bio-Orgánica Antonio González (IUBO-AG) realizó en este ámbito hay que retrotraerse a la década de los 80. Galicia era, y sigue siendo, el reino del mejillón, el mayor productor de mejillones de Europa, a bastante distancia entonces de Holanda o Bélgica, y hoy también de Francia, país que se sitúa en segundo lugar. Y aunque desde hace unos años nuestro país cedió el segundo puesto a Chile en el ranking mundial, no hay duda de que el marisco es a Galicia lo que el turismo a España.
Norte recuerda cómo en aquellos años se comercializaron varias partidas de mejillones envasados que, sin saberlo, eran tóxicos y provocaron hasta parálisis en algunas personas. La industria mejillonera, que ya tenía a sus espaldas más de 40 años de trayectoria y despegaba imparable, se vino abajo estrepitosamente. Un desastre monumental en el que los investigadores tenían mucho que hacer y decir. “Entonces no había una planificación en este aspecto, no se sabía cómo detectar las toxinas, no había nada organizado al respecto”.
Fue en ese momento cuando comenzó una relación científica muy fructífera con el Instituto Español de Oceanografía de La Coruña, hoy Centro Oceanográfico de A Coruña, el Centro Oceanográfico de Vigo (IEO) y el grupo de investigación coordinado por Norte, que se prolongó durante años y condujo a estos equipos a liderar la producción de toxinas para obtener patrones útiles a la hora de controlar de forma segura la toxicidad. Un encargo que vendría de la mano de la Unión Europea (UE). Pero hasta que eso se produce queda camino por recorrer.
Resulta bastante incomprensible que en esa época no hubiese nadie en Galicia investigando a fondo este asunto, porque no era ‘pecata minuta’. “Nosotros éramos el grupo más fuerte de España en química marina. Habíamos comenzado estudiando lo más asequible, las algas de la zona intermareal. De ahí pasamos a las esponjas y después a los moluscos, y así se fueron aumentando las líneas de investigación hasta que los resultados se volvieron monótonos y decidimos comenzar a investigar las microalgas, y en concreto los dinoflagelados”.
En Rhode Island
Encontrar resultados novedosos que interesaran a las revistas científicas de alto impacto comenzaba a hacerse cada vez más y más difícil. Fue entonces cuando hizo las maletas para irse a EEUU, a la Universidad de Rhode Island. Allí se había avanzado mucho en el estudio de una toxina de los dinoflagelados que provocaba una intoxicación paralítica de tal gravedad que podía causar la muerte a las personas que la ingirieran.
“Fuimos a EEUU a especializarnos. Por un lado nos interesaba mucho el fenómeno y, por otro, las estructuras químicas de las toxinas, porque era algo fantástico y muy diferente a lo que nos encontrábamos en tierra, además de que había pocos grupos en ese momento abordando ese campo debido a la dificultad que ello conllevaba porque había que ir al mar a buscar estos microorganismos unicelulares, muy difíciles de capturar, para poder investigar”.
Aunque la toxina paralítica es muy peligrosa porque mata, era más fácil detectarla. Bastaba con coger un poco de extracto e inyectarlo en un ratón de laboratorio. En solo dos minutos su sistema nervioso se paralizaba y moría. Entonces, esa era la forma de localizarla en Europa, pero los americanos, tan duchos en esto como los japoneses, habían conseguido aislarla para determinar su estructura química con sistemas de detección que establecían la cantidad de toxina mediante una serie de patrones de comprobación.
“Yo era el responsable de la toxina que se aislaba y se guardaba en una nevera bajo control del FBI. Acompañaba al agente que venía cada cierto tiempo para controlar y pesar la muestra. Le tenía que dar siempre el mismo peso y si no era así había que explicarle por qué. Todo tenía que estar debidamente anotado en el libro del laboratorio porque el veneno es muy potente”.
Tanto que la saxitoxina (SXT), la principal toxina paralítica, junto a la maitotoxina o la ciguatoxina, ‒esta última investigada por Norte durante sus últimos años en la ULL‒ pueden provocar una enfermedad denominada ciguatera, endémica de los trópicos, que llega a ser mortal. Es así como el veneno que puede desprender la marea roja llega a la mesa: del plancton al pescado y del pescado a la boca, algo que tanto en EEUU como en Europa, y en especial en Galicia, trataba de evitarse por todos los medios.
Y la única forma de hacerlo era tomar la avanzadilla en las investigaciones y regresar a España, donde ni las campañas que se lanzaban invitando a la gente a comer marisco gallego, ni el reparto de mejillones gratis, y a manos llenas, en las plazas de algunas ciudades del país lograba revertir la deteriorada imagen que pesaba como una auténtica losa sobre un sector que comenzaba a agonizar.
Por Rías Baixas y Altas
Pero, ¿Cómo poner puertas al prado?, ¿Cómo capturar dinoflagelados, que son la mínima expresión, con redes? Imposible. La solución estaba en analizar el marisco, y muy especialmente el mejillón cultivado, cuyo volumen de producción era mucho mayor. “En aquellos momentos teníamos acceso a mejillones tóxicos a través de la Junta de Galicia. Al mismo tiempo se estaban montando redes de alerta para controlar la presencia de dinoflagelados tóxicos en las rías gallegas, de manera que, cuando se detectaban, lo que se hacía era bloquear las bateas (mejilloneras flotantes) y desechar esos mejillones”.
Ese control no era sencillo pero era el comienzo en la implantación de un sistema que se sigue aplicando hoy en día en las rías gallegas, especialmente en la de Arousa, donde hay más de 2.000 bateas y donde cada día salen embarcaciones para recoger muestras aleatorias de plancton y comprobar si son tóxicas. Si se traspasa el límite establecido, el polígono (la parcela) de bateas se cierra.
Es importante tener en cuenta que dentro de la marea roja hay distintos tipos de toxinas. “Nosotros empezamos a cultivar en el laboratorio, por eso en la ULL tenemos mareas rojas continuas desde 1985. Una vez estuvo bastante resuelto el asunto de toxinas paralíticas comenzamos a cultivar el dinoflagelado de la toxina diarreica en pequeñas piscinas de 60 litros que cuentan con un centrifugador que permite aislarla. Tras publicar los resultados de nuestro estudio comenzaron nuestros contactos con la UE y procedimos a suministrar la toxina a distintos organismos para que la usaran como patrón de referencia y poder identificarla”.
Así fue como se logró constituir un sistema común de control de toxicidad en Europa, un proceso de varios años en el que Norte y su equipo fueron parte activa. “En 2001 firmamos un contrato con la UE. Ya en 2006 y 2007 los sistemas de control estaban establecidos y es cuando Europa comunica a los laboratorios que pueden eliminar los bioensayos con ratones porque no había certeza de que la toxicidad estuviese bien medida”.
Ahora sí lo está. Todo un triunfo que no puede evitar las mareas rojas pero sí prevenirlas y controlar eficazmente la toxicidad del plancton. Tal ha sido el avance en estos años que hoy en día las mareas rojas son fenómenos que se ponen como ejemplo de hacia dónde hay que ir, así como la importancia de que en las investigaciones químicas se aísle el producto responsable de la actividad tóxica, explica Norte.
Una vida de logros
La aportación de este químico notable e imparable en la comunidad científica ha sido de tal envergadura que hace dos años la Real Sociedad Española de Química, concretamente por el Grupo Especializado en Productos Naturales, lo distinguió por su amplia y fructífera trayectoria en este campo. Sus logros están a la altura de su humildad y del sentido práctico con el que afronta la labor llevada a cabo estas décadas. “En ciencia cuando un problema está resuelto deja de tener interés, y es entonces cuando hay que pasar a otro. No hay más”.
Pero sí que lo ha habido. Sus contribuciones han permitido también dar pasos importantes en la búsqueda de metabolitos bioactivos de macroorganismos marinos y en el desarrollo de nuevas metodologías en Resonancia Magnética Nuclear, RMN, para determinar estructuras complejas. Llevar sus méritos a términos numéricos supone hablar de en 20 tesis doctorales dirigidas, más de una decena de colaboraciones mundiales y 130 artículos publicados en revistas internacionales de alto impacto.
Desde sus inicios, cuando se incorporó, jovencísimo, al grupo de investigación que estaba formando otro joven profesor llamado Julio Delgado ‒recién llegado del Reino Unido‒ junto al gran y laureado Antonio González, sus dos vidas en la ULL, la académica e investigadora, han transcurrido en los laboratorios del Instituto Universitario de Bio-Orgánica Antonio González, donde continúa.
Ahora no le corresponde liderar nada, aunque pueden seguir aprovechando su extraordinaria experiencia. «Me preguntarán y daré mi opinión sobre aquello que sepa porque esto va a una velocidad vertiginosa”, dice del ámbito al que llama su “campo frontera”, que significa que el área en la que trabaja es la química, pero también lo son la biológica y farmacológica.
Dentro del traje de profesor emérito que debe llevar de aquí en adelante, Manuel Norte confiesa que se jubila con la conciencia tranquila y tras aportar resultados de los que se siente orgulloso. Reconoce que todos estos años en la ULL, nada más y nada menos que la friolera de 48, ha estado metido en una vorágine tremenda llena de retos que superar. Y vaya si los ha superado. Su nombre no solo está asociado a la Universidad de La Laguna. También al éxito en la investigación que consigue solo la “gente muy valiosa”, como la que ha perdido la universidad española por no tener “un sistema adecuado que pueda retenerla”. Una firme reivindicación que pone punto y final a esta charla.
Gabinete de comunicación