Pese a que hoy en día a Manolo Escobar le caería una buena rociada en las redes sociales por entonar aquello de “no me gusta que a los toros te pongas la minifalda” ‒todo un emblema musical de los años 70‒ la prenda que Mary Quant creó como símbolo de liberación de la mujer ha seguido usándose, paradójicamente, a modo de argumento machista para justificar el acoso y hostigamiento sexual, como si la altura de una falda estableciera el grado de consentimiento femenino.
Estos prejuicios machistas perviven, aun en pleno siglo XXI, y los estereotipos sexistas no han dejado de planear, ni siquiera, en el ámbito universitario. “El alumnado femenino que viene a nuestra unidad nos pregunta si es normal que por vestir con minifalda los hombres crean que tienen derecho a decirles cosas y tocarlas”. Para Quant, la minifalda fue una forma de rebelarse contra las normas impuestas. Para muchos hombres era (y es) una vestimenta con la que se “iba provocando”, tal y como se recoge en la famosa ‘sentencia de la minifalda’, ratificada por el Tribunal Supremo (TS) en 1990.
“Aún tenemos eso en nuestro alumnado de 20 años”, comenta Ángela Torbay Betancor, psicóloga experta en trabajar desde la resiliencia, profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación, y directora, desde 2020, de la Unidad de Igualdad de Género de la Universidad de La Laguna, que sabe por lo que han pasado algunas alumnas a las que sus propios compañeros de clase han acosado. Lo han hecho con un hostigamiento continuo, con un acoso reiterado en las redes sociales, con mensajes intimidatorios y obscenos, con esperas, en ocasiones, por fuera del cuarto de baño de chicas que se repetían también en el aula.
Una de esas alumnas fue a tres sesiones en la unidad, donde la asesoraron, ayudaron y arroparon, y una vez que el personal de la unidad había citado ya al acosador a petición suya, se echó para atrás. No quería que hablaran con él, “porque surgen de nuevo el miedo y la vergüenza”. Vergüenza de sí misma por no haber sido más prudente y haberse plantado ante su acosador. Por no haber dado un paso adelante. Otras dos alumnas, asediadas por un mismo compañero de facultad, no querían que su acosador se enterara de sus quejas. Lo tenían muy claro, aunque sí que se comunicó lo que sucedía a la decana. Se hizo en ambos casos, dice Ángela.
Este es el modus operandi en denuncias internas como estas. En los casos más graves y reiterados, muy poco frecuentes, se activa el Protocolo para la Detección, Prevención y Actuación en los supuestos de Acoso Sexual y de Acoso Sexista, y se pone a la víctima en manos de profesionales externos. La mayoría de los casos de acoso en el centro se da entre el alumnado. Entre el profesorado son mucho menos habituales, aunque es cierto que los pocos que han llegado a la unidad de igualdad “han sido muy delicados y no han querido que se sepa”.
Ante estas situaciones, Torbay considera sumamente necesario saber cuál es la percepción que tienen los hombres y mujeres del centro académico, tanto el Personal de Administración y Servicios (PAS) como el Personal Docente e Investigador (PDI), sobre el acoso y la violencia de género. “Queremos elevar y hacer explícitas esas percepciones para que se entienda de qué estamos hablando. Además, se va a redactar un manifiesto contra todo tipo de acoso para visibilizar todavía más que la Universidad de La Laguna está totalmente en contra”.
La prevención, los protocolos y las OPRAS
Ahora, en 2022, parece de lo más normal que las universidades cuenten con unidades de igualdad, con oficinas de prevención y detección de acoso sexual, observatorios y comisiones específicas, pero echando la vista atrás, la situación era bien distinta. Es indudable que desde la puesta en marcha de los protocolos en las universidades, el acoso se ha amortiguado. Hace tan solo cuatro años, en 2018, poco más de la mitad de las universidades españolas registraba casos de acoso. En la actualidad, prácticamente todas tienen denuncias internas.
Para atender a las víctimas se tiene prevista la creación inminente de dos plazas en la Oficina de Prevención y Respuesta al Acoso Sexual y Acoso Sexista (OPRAS) y se flexibilizará el protocolo para la prevención, detección y actuación frente a ambos. La idea es adaptarlo a casos menores, ya que hasta ahora solo se ha activado en los más graves y reiterados, lo que explica que en 8 años se hayan contabilizado 29 casos: 18 de abuso sexista y 11 de abuso sexual.
Los comentarios y actitudes no quedaban registrados, algo que va a cambiar. A partir de ahora, y tal y como se establece en el segundo Plan de Igualdad, aprobado hace poco más de un mes, se contabilizarán también las consultas informativas. Es una de las acciones contempladas en uno de los nueve ejes de actuación sobre los que se sustenta este ambicioso documento con el que la Universidad de La Laguna sigue avanzando en el eterno recorrido hacia la igualdad entre mujeres y hombres.
La certificación, el diagnóstico y el plan
Las bases de este segundo plan, mucho más a largo plazo que el de otras universidades españolas, son de una gran solidez. Se afianzan sobre el diagnóstico del primero, sobre un mapeo y análisis de los planes de igualdad de otras instituciones académicas, así como de otras comunidades autónomas, y sobre los datos obtenidos en el extenso y pormenorizado dictamen realizado para conseguir la certificación en Igualdad de Género y Retributiva por la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR), todo un logro que ha derivado en que el centro lagunero sea el primero, y de momento el único, en conseguirlo en España.
Con este mix amplio y variado, lleno de aportaciones por doquier, tan valiosas como necesarias, es normal que este segundo documento se haya confeccionado a medida, como un traje de alta costura. “Podemos estar muy orgullosas porque lo que hemos hecho en la Universidad de La Laguna es construir un plan de igualdad hecho a la medida de las necesidades del diagnóstico del que partíamos, y no solo de lo que queríamos que se contemplase. Sabíamos cuáles eran nuestras carencias y fortalezas, porque lo importante no es lo que tenemos, sino lo que somos capaces de llegar a ser. Y tenemos muchas fortalezas en la ULL, pero también carencias”, admite Torbay.
Esas deficiencias quedaron claramente definidas en esos nueve ejes en los que trabajaron las personas que integran la comisión de igualdad. Se trata de personal con formación específica, experiencia y sensibilidad en el campo de la igualdad, que desarrolló durante varios meses una labor nada sencilla: elevar las propuestas a los diferentes órganos a los que representaban: desde PDI y PAS laboral y funcionario, al alumnado, la sección de riesgos laborales y el Instituto Universitario de Estudios de las Mujeres. Semana sí y semana también para que diera tiempo a consensuar. Algunos ejes se aprobaron a la primera de cambio y otros necesitaron de mucha negociación para llegar a un acuerdo.
Pero antes de llegar a este punto, el de aprobar el documento que definirá la política de igualdad del centro en los próximos años, se cruzó la posibilidad de obtener la certificación en igualdad de género y retributiva. No era una experiencia nueva solo para la Universidad de La Laguna, también lo era para AENOR. La entidad llevaba a sus espaldas experiencia más que probada en la certificación de empresas en esta materia, pero no en las universidades.
Ir a por esa acreditación exigía contar con un diagnóstico (tal y como requiere el Real Decreto 901/2020) en nueve materias, a las que se añadió el alumnado. Su elaboración, por ramas de conocimiento, departamentos, distintos sectores universitarios, grados, másteres y doctorados, ha configurado una estupenda radiografía y tomado el pulso a las distintas realidades que viven hombres y mujeres en el centro, en un documento que se presenta hoy (viernes, 18 de febrero) ante los representantes de políticas de igualdad.
Las mujeres, los hombres y los datos
Este cara a cara con la realidad permitirá cambiar lo que haya que cambiar. “Estuvimos un año y pico para llevar a cabo todo el largo y complejo proceso de certificación ‒explica Ángela Torbay‒ en el que se nos pedía entrevistas, documentación y muchos indicadores, además de algo muy importante: el proceso de certificación nos permitiría saber el estado de salud de nuestra universidad en materia de igualdad”.
Y ese estado de salud en que se encuentra la igualdad de género es equitativo en algunos aspectos y tremendamente desigual en otros. Una fuerte rémora que no acaba de salvar los escollos necesarios para causar una rotura de estereotipos más que necesaria es la que atañe a las ciencias y a las ingenierías. Las primeras las imparte un 33% de mujeres frente a un 67% de hombres, y las segundas se quedan en un 25/75. Solo hay una cuarta parte de profesoras de ingeniería frente a tres cuartas partes de hombres. Un dato más que significativo
Sin embargo, esta situación no es exclusiva de la Universidad de La Laguna, ni de España; ni siquiera de Europa. Las chicas no quieren ser científicas. En un mundo de referentes masculinos en el que ascender es complicado y lidiar con la conciliación familiar lo es aún más, solo el 5,2% de las mujeres quiere dedicarse a profesiones ligadas a ciencia o la ingeniería, frente a un 15,3% de hombres que tiene claro que quiere especializarse en esas materias y no en otras. Son datos recabados por el Ministerio de Educación y Formación Profesional español.
El 60% de profesores y 40% de profesoras de la Universidad de La Laguna está más o menos distribuido en Arte y Humanidades y en Ciencias Sociales y Jurídicas, no así en Ciencias de la Salud, donde hay un 60% de hombres frente a un 40% mujeres. Y la brecha se agranda aún más en las cátedras. Ellas representan el 25%; ellos se instalan en el 75%. Hay muchos más catedráticos que catedráticas, un sesgo de género que agranda su sombra en los sexenios, en los que el 70% de hombres se impone al 30% de mujeres.
La cosa no se queda así. Esa brecha sigue bien abierta en los cargos voluntarios a los que puede optar el PDI, tanto a decanatos como a jefaturas de departamento. ¿Y por qué? Las razones pueden ser múltiples: desde la feminización y masculinización de determinadas titulaciones, a la dificultad de ascenso en las jerarquías universitarias, o a la doble carga que asume la mujer (en el trabajo y en casa) ante la dificultad de conciliar.
La conciliación, las cargas y las superwoman
“Y este es el gran pilar de la igualdad, porque es transversal a todo. Si no conseguimos que las mujeres entendamos que los padres pueden atender a nuestros hijos e hijas, no progresaremos. Aunque es verdad que se ha avanzado mucho en lo que respecta a las leyes, seguimos sin acogernos a ellas, por eso queremos hacer una campaña de sensibilización para informar y que la gente coja libremente las bajas o los días de asuntos propios como quiera”, dice la experta en igualdad.
Que la Universidad de La Laguna tenga un “bajísimo” número de hombres que opta por acogerse a la baja por maternidad y paternidad es bastante significativo, teniendo en cuenta que la sociedad actual se enfrenta a un reto importante, como es el cuidado de los mayores. Y la pandemia de COVID-19 ha sido una buena muestra de ello. “Ya en plena pandemia vimos que la mayoría de las mujeres tenía una doble carga: las labores a través de los ‘meet’ y las labores domésticas y familiares”.
Al gran caballo de batalla que sigue siendo la conciliación no ha ayudado demasiado (más bien poco) el mito de las ‘superwoman’ que en los 90 inundó las revistas, el cine, la música y hasta la literatura. Desde las top entre las top, hasta las altas ejecutivas de Wall Street o las políticas e intelectuales más cool, todas, sin excepción, tenían que poder con todo: trabajar, cuidar de la familia, criar a los hijos e hijas, ascender de puesto y, cómo no, estar estupendas 24/7. Un flaco favor con el que lo único que se consiguió fue perpetuar ese papel de supermujer, ‘puedelotodo’, cuidadora y trabajadora a tiempo completo. Eso sí, subida a unos buenos tacones.
En esa época, en los 90 del siglo pasado, Ángela Torbay trabajaba en el antiguo instituto de la mujer, y una de sus labores como psicóloga era formar a las mujeres para que pudieran enfrentarse con soltura a las entrevistas de trabajo. Tenían que saber contestar adecuadamente. Desde entonces tuvo claro que esta situación, la desigualdad entre mujeres y hombres, no cambia de un momento para otro. “Esto es un proceso de toma de conciencia; que no se crean que hemos conseguido la igualdad. Estamos a mitad de camino, pero los obstáculos con los que nos encontremos no pueden frenarnos, hay que sortearlos”.
Ese proceso de toma de conciencia pasa por la formación, por la información, por la reflexión. Nunca por la imposición. Por eso son tan importantes los cursos que se dan en primer año de universidad, porque se consigue que el alumnado tenga los suficientes conocimientos en igualdad como para comenzar a hablar, a hacer puestas en común, a reflexionar. No se trata de convencer a nadie. Son seminarios de carácter voluntario que van a impartirse también en los másteres, con personal especializado. De esta forma se da un paso más allá que constata la buena aceptación con la que el estudiantado recibió los cursos el pasado año: se impartieron en 29 titulaciones de 47, y llegaron a más de 400 alumnos.
El alumnado, los másteres y las ingenierías
A pesar de que cada persona elige libremente la carrera que quiere estudiar, año tras año, desde hace cinco, el alumnado femenino en las ramas de ingeniería y arquitectura solo alcanza el 22%, un estancamiento que indica no hay una incorporación de las mujeres a las carreras de ingenierías, “por eso, uno de los trabajos importantes que tenemos que hacer es empezar a trabajar desde la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO), porque no es que la mujer no esté capacitada; no se llega a esas profesiones por algún motivo. Es un dato que nos tiene que hacer pensar”.
Estas cifras contrastan significativamente con las de las alumnas que se decantan por las Ciencias de la Salud (70%), por eso, la figura de la rectora de la Universidad de La Laguna, Rosa Aguilar Chinea, es un buen ejemplo de mujer catedrática e ingeniera que desde la unidad de igualdad quieren potenciar y dar a conocer al estudiantado de nuevo ingreso. No faltarán, tampoco, las jornadas de puertas abiertas con profesorado de ambos sexos en titulaciones de infrarrepresentación femenina. El objetivo es ir rompiendo estereotipos para que las mujeres se sientan con la libertad suficiente a la hora de elegir su vocación, sin presiones ni condicionantes sociales.
Las cifras emanadas del diagnóstico no solo esbozan la realidad del centro académico lagunero, que es, en definitiva, la misma que exhiben las universidades públicas en España, un modelo marcado por una brecha salarial del 10,9% entre hombres y mujeres. Una asignatura pendiente que desde las instituciones quieren reducir y minimizar lo máximo posible. Y para ello tendrán que averiguar por qué se origina y cómo puede solucionarse.
En estas lides, los planes de igualdad son una herramienta fundamental y decisoria que tienen que ir a más. Y el segundo plan de igualdad que ‘alumbra’ la Universidad de La Laguna plantea la posibilidad de que todos los centros, facultades y departamentos tengan representantes en la comisión de igualdad. “Estas personas son un potencial muy importante porque llevan hasta último término algunas acciones importantes para nuestro centro”, precisa Torbay.
“La igualdad ha llegado para quedarse porque las mujeres somos el 50% de la población y porque no vamos a renunciar a nuestros derechos. Hay que tener en cuenta que el problema no solo lo tienen las personas que no favorecen la igualdad, lo tiene la cultura, lo tiene la sociedad y lo tiene la ULL. Creamos y formamos parte del proceso cultural”.
El antes y el después de Ana Orantes
Ana Orantes ni siquiera pasó su noche de bodas sin que su marido la golpeara en la cara. Le pegó toda su vida, una vida que se truncó en 1997, cuando la asesinó, quemándola viva tras rociarla con gasolina, tan solo unos días después de que ella relatara en un programa de la televisión andaluza los abusos a los que estuvo sometida durante 40 años. Nadie le había hecho caso; nadie la había ayudado. Ni la policía, ni sus vecinos, ni su entorno. Nadie.
A pesar de que sabía que iba a morir, decidió contar al mundo su testimonio, tan atronadoramente desgarrador como vergonzante, que conmocionó a la sociedad española y propició el empuje de reformas contra la violencia de género. Sin duda, Ana Orantes marcó un antes y un después, dice Torbay al alumnado del taller que imparte cada año en el Hospital Universitario Nuestra Señora de la Candelaria, al que muestra siempre una foto de su rostro. “Lo realmente impactante no fue que el marido le pegara ni que la amenazara de muerte; fue que tuviera la valentía y el arrojo para contarlo en televisión”.
Aún se le ponen los pelos de punta al recordar la multitud de mensajes de mujeres víctimas de abusos que llegaron donde trabajaba entonces. Veinticinco años más tarde, hay una ley contra la violencia machista, hay juzgados de violencia de género, un teléfono de ayuda a las víctimas y “una cultura que mira al maltratador, y no a las mujeres, acusándolo de asesino”. En estos treinta años he visto mucho cambio, pero todavía falta mucho cambio por llegar. No todo el mundo cambia de la misma forma, ni a la misma vez”.
Y aunque aún se esté a medio camino de esa igualdad efectiva por la que esta profesora de la Universidad de La Laguna trabaja de manera “sistemática”, perseverante, intensa, sin hacer caso “al compás de las modas” y siempre “tendiendo puentes”, algo sí que han cambiado las cosas. Las mujeres ahora pueden ser juezas, estudiar una ingeniería y viajar al extranjero. Las mujeres pueden alzar la voz contra el abuso sexual haciendo un #MeToo. Las mujeres muestran su empoderamiento peinando canas y luciendo curvas bastante más allá de la talla 40. Las mujeres han desterrado la idea de que tienen que llegar a todo sin fallar en nada. Las mujeres seguirán luchando por romper el techo de cristal sin tener que ser unas superwoman.
Gabinete de Comunicación