Investigadoras del grupo HuMindLab: Laboratorio de Cognición Social de la Universidad de La Laguna han publicado un estudio en la revista Human Resources for Health en el que exploran el papel de los estados mentales y la empatía en el contexto médico, utilizando para ello un enfoque multimétodo. El propósito es el desarrollo de estrategias que ayuden a los profesionales, las instituciones y la sociedad a manejar los costes emocionales de las profesiones sanitarias.
La pandemia del Covid-19 ha acentuado la necesidad de abordar el bienestar emocional y los graves problemas relacionados con el estrés en los profesionales sanitarios. Entre los problemas más severos se encuentra el síndrome de burnout o quemado, pero también otros fenómenos como el sufrimiento moral o la pérdida de confianza en el sentido del propio trabajo. Todo este panorama acrecienta la intención de abandono de la profesión, con el impacto personal y social que ello acarrea, explican.
La propuesta es señalar cómo un discurso social de admiración y de elogio hacia el personal sanitario puede, paradójicamente, desencadenar una indiferencia general hacia las condiciones extenuantes en su día a día. Esta realidad quedó bien reflejada durante la pandemia. Mientras el discurso público sostenía la idea de lucha o heroísmo, los esfuerzos para reforzar los recursos físicos y humanos resultaban claramente insuficientes. “Llamamos la atención sobre la idea de que esta caracterización extremadamente positiva del personal sanitario como superhéroes tiene como contrapartida varias consecuencias negativas”, aseguran las expertas.
En primer lugar, señalan, la imagen de superhéroe implica una forma distinta de deshumanización. “Incluso cuando se basa en la admiración, la sobrehumanización tiene efectos negativos, reduce la percepción de estas personas como seres humanos capaces de experimentar malestar y dolor”. En el caso del personal sanitario, atribuir unas capacidades sobrehumanas supone la negación de otras características como es la respuesta natural al cansancio o a la toma de decisiones en condiciones extremas, en las que deben lidiar con el miedo a la enfermedad y la muerte, añaden las expertas.
Al asumir una condición sobrehumana, la idea de vulnerabilidad queda fuera de la definición del rol prototípico del personal sanitario, y es socialmente incomprendido. En esta línea, el objetivo del trabajo de investigación es ponderar y visibilizar los riesgos que se esconden detrás del discurso de elogio y señalar la consiguiente necesidad de reconocer la vulnerabilidad.
“Desde nuestro punto de vista, las acciones para proteger el bienestar de los profesionales han puesto demasiado énfasis en la noción de resiliencia personal, colocando la carga del malestar emocional de forma individual”, explican. Por contra, los programas de intervención en el papel que tienen las propias empresas en el cuidado del bienestar de su personal son escasos.
Cuando se parte de una imagen de heroicidad, añaden las expertas, la expresión de la propia vulnerabilidad puede implicar un conjunto de actitudes y respuestas negativas y culpabilizantes por parte del sistema y de la organización, que también pueden transformar negativamente la propia visión que la persona afectada tiene de sí misma. “A través del proceso de socialización que ocurre en las organizaciones, los profesionales no sólo conocen el rechazo que cualquier signo de malestar psíquico provoca en sus compañeros (estigma anticipado), sino que también rechazan el malestar que ellos mismos sienten (estigma interiorizado). Por lo tanto, en lugar de buscar ayuda tienden a ocultarlo”.
Por este mecanismo, el estigma se refuerza dentro de una cultura médica que promulga altas expectativas, enfatizando la creencia de que la autosuficienciael agotamiento físico y emocional son parte de la identidad profesional. En cambio, atender las propias necesidades y el autocuidado puede verse como egoísmo, y la búsqueda de ayuda como un signo de debilidad. El primer desafío consiste en identificar la vulnerabilidad como un rasgo humano común, que permita disociar esta noción de la de enfermedad mental. Normalizar la vulnerabilidad permitiría valorarla como fuente de superación personal y profesional.
Una segunda pista es cambiar el enfoque desde lo individual a una realidad social compleja. De esta manera, los factores estresantes emocionales deberían concebirse como riesgos laborales en lugar de problemas de salud mental. Y una tercera abunda en permitir que las personas o grupos que experimentan sufrimiento y agotamiento expresen sus propias necesidades y se les brinde apoyo social y organizacional.
“Compartir emociones requiere un trabajo cognitivo relacionado con los significados de esta profesión que ayuda a recuperar un sentido grupal y la identidad profesional”, aseguran las investigadoras de la Universidad de La Laguna. Finalmente, el desafío de ampliar el marco de responsabilidad compartida y la necesidad de soluciones del sistema deberían ser asumidos por las organizaciones sanitarias. “La falta de prevención y atención al bienestar de su personal es, en última instancia, extremadamente costosa”, concluyen.