Debe ser uno de los insectos más conocidos y populares de la naturaleza. Una mítica serie de televisión de finales de los 70 popularizó a este animalito y lo catapultó a la fama generando una imagen colectiva que aún hoy en día perdura. Si le pido que imagine a una abeja, seguro que piensa en los colores negro y amarillo de la abeja Maya. Siempre que pensamos en una abeja visualizamos esos rasgos que se han difundido por nuestra cultura popular, característica que define a unas pocas de las más de 20.000 especies que existen. Continuemos con los ejercicios de imaginación. Siga imaginando esa abeja regordeta amarilla y negra vagando entre flores. ¿A dónde va? Seguramente en nuestra historia imaginaria viajaría a una colmena de rica miel donde se reuniría con sus afanadas compañeras trabajadoras. Allí estarían los perezosos zánganos y la reina. Aunque esta sea la imagen que tenemos de las abejas, solo un minúsculo número de ellas llevan esta vida tan laboriosa, la gran mayoría vive en solitario. Igual que la abeja Maya, que abandonará la colmena en busca de aventuras.
Las abejas (del orden Hymenoptera y de la familia Apidae) son unos grandes polinizadores, esto quiere decir que son esenciales para la reproducción de muchas especies de plantas con flores. En su ir y venir, de flor en flor, en busca de alimento transportan, sin querer, adherido a su cuerpo el valioso polen. Tan importante es su papel en la polinización de las plantas que desde el año 2018 tiene su propio día. El 20 de mayo se conmemora el Día Mundial de las Abejas, coincidiendo con el aniversario del nacimiento de Anton Janša que, en el siglo XVIII, fue pionero de la apicultura moderna en su Eslovenia natal.
Este año la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) dedica esta efeméride a los jóvenes. Con el lema “Compromiso con las abejas, de la mano con la juventud” destaca “la importancia de implicar a los jóvenes en la apicultura y los esfuerzos de conservación de los polinizadores, ya que ellos son los guardianes del futuro nuestro medio ambiente”. La agencia manifiesta su preocupación por la supervivencia de este insecto, y en su convocatoria de este año el mensaje es contundente: Las abejas están en peligro de desaparecer. Las tasas actuales de extinción de especies son de cien a mil veces más altas de lo habitual, principalmente debido a las acciones humanas. Aproximadamente el treinta y cinco por ciento de los polinizadores invertebrados, como las abejas y las mariposas, y alrededor del diecisiete por ciento de los polinizadores vertebrados, como los murciélagos, están amenazados de extinción en todo el mundo. La población de polinizadores, especialmente de abejas y mariposas, ha disminuido alarmantemente debido a prácticas agrícolas intensivas, cambios en el uso de la tierra, el uso de pesticidas (como los insecticidas neonicotinoides), especies invasoras, enfermedades, plagas y el cambio climático.
La merma en el número de abejas en el mundo puede llegar a cambiar la abundancia de nuestros alimentos, con su consecuente impacto en las dietas. La FAO advierte que “si esta tendencia continúa, algunos cultivos nutritivos —como frutas, frutos secos y muchas hortalizas— serán sustituidos cada vez más por los cultivos básicos como el arroz, el maíz y la patata, lo que podría desembocar finalmente en una dieta desequilibrada”.
Esta importancia biológica, etnográfica y alimenticia no ha pasado desapercibida para la ciencia, por eso, desde la Universidad de La Laguna varios investigadores e investigadoras trabajan para conocer el impacto de este insecto en el medio ambiente.
Abejas, mucho más que miel
Solemos pensar que todas las abejas viven en colmenas en torno a una compleja estructura social. La realidad es que la mayoría de especies de abejas que existen pasan su vida vagando en solitario, con pequeños episodios de compañía con fines reproductivos. Carlos Ruiz, es investigador del área de Zoología de la Universidad de La Laguna y buena parte de su carrera la ha dedicado al estudio de estos insectos. Y no le falta trabajo. En Canarias habitan unas 130 especies de abejas de las cuales 49 son endémicas. Estos números fluctúan dependiendo de las identificaciones y análisis genéticos ya que se pueden dar los dos casos “que especies que se pensaban endémicas se encuentren en otros lugares, ahí perdemos endemismos, o que se descubran otras especies que son únicas, en esa circunstancia ganamos”. En cualquier caso, asegura el investigador, es cuestión de años, así que estas cifras nos valdrán aún algún tiempo más.
Podría parecer que tener en las islas casi cincuenta especies endémicas es poco, sin embargo, estamos a la cabeza de endemismos del país, muy por encima de la media. En este caso el grado de endemismo es “muy alto”, algo que compartimos con otras islas y, curiosamente, con zonas de alta montaña del territorio continental. “Funciona como una isla dentro del continente, las abejas están aisladas en ese entorno de gran altura y eso favorece los endemismos, son islas ecosistémicas”. Y en Canarias, que somos islas pero además tenemos zonas de alta montaña también tenemos ejemplos de ese doble aislamiento y de especies endémicas de lugares como el Parque Nacional del Teide. Es el caso de la Hylaeus canariensis, una especie de abeja que solo vive en esta zona de alta montaña. Carlos Ruiz hace hincapié en la importancia de conocer este patrimonio natural que va más allá de las abejas que se utilizan para producir miel, con unos niveles de endemismos que son la envidia de sus compañeros entomólogos del continente. Canarias posee 6,5 endemismos por cada 1.000 kilómetros cuadrados, frente a los 0,09 endemismos por cada 1.000 kilómetros cuadrados de la península.
Como sucede con todas las especies endémicas, ya sean animales o vegetales, estas son muy sensibles a las especies invasoras, y las abejas no podían ser menos. Además de sus congéneres foráneas que han entrado con el transporte de áridos o madera, más preocupantes son, según el investigador, las enfermedades que han llegado con estas. “Nos preocupa mucho la Varroa, un pequeño ácaro que se comporta como una garrapata y que afecta a la abeja de la miel. No estaba presente en Canarias pero ha entrado con el comercio de colmenas. La Varroa no pasa a las abejas silvestres. Pero también ha llegado Nosema, un hongo parásito que se originó en el sudeste asiático, se distribuyó por todo el mundo, con el movimiento de colmenas, y llegó a Canarias. En este caso ya hemos visto que el hongo si pasa a las especies silvestres”. Aún está en debate conocer cuál es su efecto en las especies endémicas.
La convivencia entre especies endémicas silvestres y las abejas de la miel no siempre es fácil, normalmente acarrean muchos problemas. Además de introducir enfermedades, se hibridan y merman la calidad de las especies locales. “Cuando se importan colmenas se introducen patologías que no estaban presentes en estos lugares, además se traen especies que no son locales que van a hibridar con las lugareñas”. El investigador explica que las abejas vagan libremente por el campo, no están estabuladas como el ganado en una granja. Las reinas pueden reproducirse con una especie importada o local. “Y esto lo que logra es diluir la genética local con variedades foráneas. Es algo que se ve claramente cuando sales al campo. Se ven mestizos de Abeja Negra Canaria con líneas amarillas de la Cárnica”. Otras especies invasoras están llegando de manera no voluntaria y que compiten con las locales. Es el caso de algunas especies de abejas carpinteras que llegaron con el comercio de madera “y que ya están en toda la isla de Gran Canaria y probablemente salten a otras islas”. Explica que estas abejas, que hacen los nidos en los troncos de árboles, son de gran tamaño y compiten con los limitados recursos disponibles. Otro ejemplo es la introducción reciente del abejorro Bombus ruderatus, que en pocos años se ha distribuido por Tenerife, La Palma y Gran Canaria. Aunque Carlos Ruiz reconoce que no siempre la mano del hombre estaría detrás de la introducción de especies invasoras “algunas podrían haber llegado de forma natural, en episodios fuertes de calima, por ejemplo”. Y para eso están comparando la genética de especies capturadas en Canarias con las que viven en Marruecos.
Otras amenazas de las especies endémicas de abejas son los inseparables Cambio Climático y pérdida de hábitat. El primero está comprometiendo la vida de estos insectos empujándolas hacia territorios más elevados, con el consiguiente problema para las especies que ya viven en alta montaña, pues no tienen un territorio más alto a donde huir. La pérdida de hábitat viene, en parte, como consecuencia del cambio del clima, que provoca grandes incendios que destruyen las plantas de las que se alimentan, condenándolas a la extinción.
Generadoras de miel
La apicultura, también conocida como el arte de criar abejas para obtener sus valiosos productos, constituye una actividad ganadera de honda tradición en las Islas Canarias. Esta arraigada práctica, especialmente presente en Tenerife, se ve respaldada por numerosas referencias históricas que atestiguan su desarrollo a lo largo del tiempo. La existencia de abejas y el consumo de miel por parte de los aborígenes del Archipiélago sigue siendo un tema de debate entre los expertos. Si bien no se dispone de información precisa sobre sus costumbres apícolas, las referencias más detalladas sobre esta actividad datan de la época posterior a la Conquista.
A pesar de la falta de claridad en torno a sus orígenes, la apicultura se ha convertido en un elemento fundamental de la cultura y la economía canarias. La producción de miel y otros derivados apícolas no solo aporta un sustento a las comunidades locales, sino que también representa un símbolo de la rica historia y la biodiversidad de las islas.
Ulises Martín, profesor titular del área de Didáctica de las Ciencias Sociales, ha dedicado parte de su labor investigadora a la etnografía vinculada con la apicultura tradicional. Coautor del libro “Los colmeneros” editado por el cabildo tinerfeño, es uno de los pocos trabajos que se han publicado sobre esta temática. Sobre la llegada de la apicultura a las islas el investigador matiza que no podemos entender aquella primitiva actividad con la que tenemos hoy en día. “El antiguo cabildo tuvo una renta de las abejeras silvestres, Juba II también hace referencia a la presencia de miel en la isla de Gran Canaria en época prehispánica, pero personalmente creo que la introducción de la abeja en las islas, con el objetivo de producir miel se produjo después de la conquista” Antes de esto es muy posible que los aborígenes canarios recolectaban miel en enjambres silvestres pero sin llegar a establecer su cultivo. “Después de la conquista existen contratos, actas y registros donde se observa que la apicultura, como tal, se desarrolla y se convierte en una actividad comercial”.
La manera en la que se practicaba la apicultura era fijista. “Se aprovechaban troncos de árboles huecos, como el de los Dragos, para establecer el panal. Esta antigua apicultura, mucho menos rentable que la actual, necesita romper los panales cada vez que se quiere extraer la miel, con la pérdida de la cera y el trabajo de las abejas, que tienen que rehacer la estructura cada vez”. La colmena moderna, basada en cajas y que corrige todos estos inconvenientes no llega a las islas hasta bien entrados los años 50.
Aunque hace unas décadas los apicultores tenían por costumbre plantar las colmenas en zonas de bosque, en la actualidad está prohibido, “solo se ha mantenido la instalación en el Teide”. Uno de los usos más característicos de la apicultura de Tenerife es el traslado de las colmenas al Parque Nacional del Teide. Entre el 4 de mayo y el 23 de octubre cerca de 2.700 colmenas obtienen autorización para instalarlas dentro del parque nacional como una actividad tradicional. “Existe un grabado de Sabino Berthelot del siglo XIX donde se aprecia una colmena de corcho en un paisaje del Teide, entre cabras y retamas. La miel de retama es la más apreciada entre los consumidores pero no sé si es la mejor”.
Pero las abejas no solo producen miel. “El uso de la cera era casi más importante que la miel”, asegura Ulises Martín. La iluminación, antes de la llegada de la electricidad, se basaba casi exclusivamente en las velas de cera. “Más todo sus usos religiosos y rituales hacía de la cera algo muy valioso”.
Mieles y pólenes
Si por algo son conocidas las abejas es por su capacidad de generar rica miel. Pero no todas las mieles son iguales. Alienados por la homogeneidad de aquellas que encontramos en los supermercados, solemos ignorar la gran variedad de colores y sabores que puede presentar este producto. Desde estímulos intensos, solo aptos para consumidores experimentados, hasta aquellos con ligeros toques florales y colores claros. Además de sus cualidades organolépticas, se le presupone a la miel poderes de todo tipo. Se usa para combatir catarros hasta para aclarar la voz. ¿Qué hay de cierto en esto? Elena Rodríguez, profesora titular del área de Nutrición y Bromatología ha estudiado la composición nutricional de multitud de mieles de las islas.
Aunque parezca un producto complejo “básicamente la miel es azúcares y agua” en una proporción que ronda el 75% de azúcar y un 20% de agua. Estas proporciones varían mucho, pero son condicionantes, por ejemplo, cuanta más agua contenga más fácilmente se estropeará. Pero es cierto que la miel es algo más. “Aporta pequeñas cantidades de aminoácidos, ácidos orgánicos, minerales o compuestos fenólicos, por eso, a la hora de endulzar se prefiere la miel, además de su perfil sensorial que no te aporta el azúcar”. Las mieles tienen más fructosa que glucosa, ese es el motivo de su gran capacidad de endulzar. 10 gramos de miel endulza mucho más que 10 gramos de azúcar, con la diferencia de que la miel tiene un porcentaje mayor de agua, de ahí que su poder calórico sea menor que su compañera originaria de la caña. La investigadora destaca que estos aportes nutricionales solo se obtienen de mieles de calidad. “Las mieles de súper -comerciales- son de baja calidad, básicamente son agua y azúcar” Pero si nos gusta una miel indefinidamente líquida y homogénea, la profesora de nutrición nos recomienda que “por lo menos su procedencia sea nacional o de la Unión Europea, cuanto más lejos más riesgos de que no cumplan unos estándares de calidad mínimos”.
En esto de las mieles también hay categorías. En lo alto del podium estarían las mieles de calidad, aquellas que están protegidas con una denominación de origen. “En estas se prohíbe calentar la miel, no se puede pasteurizar”. De esa manera se conserva todo el aporte nutricional del alimento, aunque se cristaliza más rápido. Luego están aquellas de baja calidad, las comúnmente llamadas de “supermercado”. Estas mieles de manera general “son de baja calidad y en ellas encontramos mieles pasteurizadas que han perdido todo su aporte nutricional y, como han roto los cristales de glucosa, difícilmente cristaliza. Vemos mezclas de mieles, agua añadida, etc. con lo cual al final obtienes una miel que no sabe a nada característico, da igual la marca que compres, todas saben igual”. ¿Y cuál es tu miel favorita? La investigadora confiesa que tiene debilidad por la miel de Barrilla. “Tiene un grano tan fino, es tan suave que se te deshace en la boca, porque es sólida”. Además de la miel las abejas producen más productos de gran interés nutricional, como el polen, jalea o el propóleo. “Son unos productos con muchas propiedades nutricionales y escasos, de ahí su precio, pero no se toman como la miel. La miel tiene el valor añadido de que produce placer al consumirla”.
La variedad de las mieles la definen las flores de las que se alimentaron las abejas. De esta manera hay miel de Retama, Aguacate, Barrilla, Tajinaste, Castaño, etc. Pero, ¿cómo determinar que una miel es de una planta u otra? Evidentemente las abejas campan a sus anchas y, aunque estén rodeadas de un frutal determinado puede que hayan decidido ir a comer a las flores del vecino. Ahí es donde entra la experiencia de Irene La Serna, catedrática -recientemente jubilada- del departamento de Biología Vegetal de la Universidad de La Laguna.
La presencia de polen en las mieles determina su procedencia. Una miel de Hinojo tendrá polen de Hinojo y una miel de Poleo tendrá polen de esta planta, pero ¿en qué proporción? Es muy raro que una abeja sólo se alimente de una única planta. Entre flor y flor es muy común que prueben otros néctares cercanos “son las flores acompañantes las que le proporcionan a las mieles matices únicos, aunque las abejas tienen sus favoritas”. La Serna nos cuenta cómo en La Palma un agricultor puso colmenas en su plantación de aguacates para propiciar su floración pero estas decidieron viajar un poco más y alimentarse de unos brezos cercanos.
La investigadora observa bajo el microscopio muestras de mieles en busca de pólenes. El número y variedad de pólenes contenidos en la miel determinarán la procedencia. “A través de la forma, el tamaño o la ornamentación puedo identificarlos y en función de la cantidad que tenga de una determinada especie puedo decir que es monofloral o multifloral. Por ejemplo, para determinar que una miel es de castaño tiene que tener un 90% de polen de castaño, sin embargo, como el azahar produce poco polen y mucho néctar, solo con un 15% de polen de azahar puedes decir que es miel de es monofloral de esa planta”. Esta técnica también se puede utilizar para localizar la procedencia de las mieles e, incluso, para detectar fraudes. “Se puede detectar el origen botánico y geográfico de la miel, y de esta manera saber si estamos pagando por una miel que nos venden como de origen nacional y que, sin embargo, es de China”. Y todo gracias a los pólenes. La catedrática se define como una gran consumidora de mieles y, entre todas ellas, confiesa su predilección por la de Castaño.
NOTA: Este reportaje es una iniciativa enmarcada en el Calendario de Conmemoraciones InvestigaULL, proyecto de divulgación científica promovido por la Universidad de La Laguna.
Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (Cienci@ULL)