La filosofía ha tratado de responder durante siglos las grandes preguntas sobre el ser humano, la civilización, la naturaleza, el lenguaje, la justicia, los principios éticos y morales y las creencias, entre otros conceptos. Pero, justa o injusta, una de las críticas habituales a esta disciplina es que algunas de sus formulaciones pueden resultar muy complejas y, en ocasiones, puede caer en cierto ensimismamiento al abordar asuntos demasiado alejados de las necesidades de un mundo real cada vez más materialista.
Sin embargo, la filosofía también puede interesarse, y de hecho lo hace, por asuntos directamente relacionados con la vida de las personas. Al tratarse de una reflexión razonada sobre un problema concreto, su papel puede llegar a ser transversal en el diseño de políticas, normativas y legislaciones de diferente rango, además de aportar el sustento teórico necesario para la toma de decisiones en diferentes ámbitos.
La catedrática de Filosofía Moral de la Universidad de La Laguna María José Guerra Palmero lleva más de tres décadas en la institución académica, con una laureada trayectoria en la que ha llegado a ser presidenta de la Red Española de Filosofía. Desde sus inicios, se decantó por ese enfoque más social de su disciplina, y no duda en adscribirse a la tradición de la teoría crítica en filosofía, muy apegada a las ciencias sociales. “Nunca he sido de filosofía pura, de metafísica, epistemología… Por eso, desde el principio mi vocación es la ética y la filosofía política. También explorar y acompañar movimientos sociales como el feminismo y el ecologismo; es decir, los movimientos que estaban rompiendo todos los marcos y planteando cosas que ahora son fundamentales”.
La llegada de Guerra a los estudios universitarios coincidió con esa etapa de cambio profundo que fue la Transición, momento en el que (más o menos) se finiquitó el Franquismo para dar paso al actual estado democrático. La vocación ya estaba plantada en su mente gracias a la influencia de algunas de sus profesoras de Secundaria en el Instituto Cabrera Pinto, como Ana Hardisson, y la decisión de elegir esos estudios universitarios la tenía muy clara, máxime cuando la otra opción barajada era cursar Derecho, algo que a la joven le daba “repelús” porque implicaba estudiar los códigos de la dictadura aún vigentes.
Tras aprobar las oposiciones como docente de Secundaria, entre 1985 y 1992 dio clases en varios institutos de Tenerife, algo que la ahora catedrática agradece mucho porque se trata de “una docencia más a pie de calle”. Esa etapa le proporcionó la firme convicción de que las enseñanzas medias y las universitarias han de estar bien coordinadas porque el tránsito de una a otra etapa supone un cambio trascendental en la vida de los y las jóvenes que lo afrontan.
Sin embargo, siempre le quedó la inquietud de proseguir la formación superior, por lo que accedió al doctorado con una tesis de licenciatura titulada “Posmodernidad y sujeto”, dedicada al autor italiano Gianni Vattimo como paso previo. Posteriormente, su tesis doctoral, leída en 1996 bajo la dirección de Gabriel Bello, ya dio pistas sobre dos de las materias que ocuparían gran parte de su trayectoria posterior: “Identidad moral e intersubjetividad. Habermas y la crítica feminista”.
Por un lado, Jürgen Habermas, filósofo alemán que en la actualidad sigue muy activo y es uno de los referentes de la teoría crítica que han influido en la trayectoria de Guerra por sus ideas sobre la modernidad, especialmente su Teoría de la Acción Comunicativa de 1983. Y, por otro, el feminismo, que siempre está presente en la trayectoria de la catedrática. En su tesis, planteó dónde encajaba la igualdad entre hombres y mujeres en la teoría del autor germano, lo cual era especialmente relevante dada la preocupación del filósofo por “completar la modernidad” aportándole más democracia, más deliberación y más igualitarismo.
Pese a que todavía queda mucho camino por recorrer para lograr la igualdad real entre hombres y mujeres, en la actualidad el feminismo ocupa un plano protagonista en el debate público y ya resultaría inconcebible promover una iniciativa política, social o cultural con aspiraciones de rigurosidad que no incorporara la perspectiva de género. Sin embargo, hace no tanto el feminismo en España, en gran medida como consecuencia de la cerrazón de la dictadura, era una materia que carecía de relevancia incluso en la academia.
Así, recuerda que quiso hacer en Primero un trabajo sobre ética feminista y le costó encontrar apenas tres o cuatro libros disponibles, entre los que recuerda una edición argentina de “El segundo sexo”, de Simone de Beauvoir; “Escupamos sobre Hegel”, de la italiana Carla Lonzi; y “Antropología y género”, uno de los primeros editados en España sobre la materia. “Empezaba a entrar aire fresco y podíamos leer por fin a autoras que en otros países eran grandes clásicas y que aquí habían estado prohibidas. Ahí empieza mi historia de compromiso con el feminismo académico, no solo activista”.
Eso no quiere decir que anteriormente no existiera interés por estos asuntos y, de hecho, Guerra recuerda algunas figuras pioneras como Ángela Sierra, que cuando ella entró a la universidad ya estudiaba el pensamiento utópico y también el feminista; y Amparo Gómez, que posteriormente realizó un análisis de los sesgos androcéntricos presentes en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. “En la entonces Facultad de Filosofía, tuvimos la suerte de que ya había una generación anterior que tenía clara la hoja de ruta”.
Adicionalmente, a finales de los años 80 y principios de los 90 hubo lo que la catedrática califica como “la explosión internacional de filosofía crítica feminista”, que además pudo experimentar de manera muy directa gracias a varias estancias posdoctorales en Estados Unidos: en la New School for Social Research en Nueva York, con Nancy Fraser; y en un centro de estudios europeos en Harvard, con Seyla Benhabib.
Ese compromiso feminista también se plasmó en su participación en la fundación en 1995 del Centro de Estudios de la Mujer de la Universidad de La Laguna, que aglutinó a un grupo interdisciplinar de investigadoras para introducir y afianzar los estudios de género en nuestra institución, con tal éxito que en 2007 sería reconvertido en el actual Instituto Universitario de Estudios de las Mujeres, que permitió abordar proyectos mucho más ambiciosos y que la propia Guerra llegó a dirigir.
La reflexión sobre el género y los avances feministas deben seguir sobe la mesa porque, como recuerda Guerra, en la actualidad se está produciendo un movimiento reaccionario que desea borrar los avances de las últimas décadas. “Estamos sufriendo un gran backlash, una reacción muy fuerte, que creo que tiene que ver con las crisis que hemos vivido desde 2008”.
La última década del siglo XX también supuso la explosión de las llamadas éticas aplicadas, gracias a las cuales entró en contacto con la bioética y, de este modo, llegó a formar parte durante muchos del Comité de Ética de la Investigación y Bienestar Animal de la Universidad de La Laguna y también del cuerpo decente del Máster Universitario en Bioética y Bioderecho, a cuya docencia se reenganchará el próximo curso tras unos años de ausencia.
“La ética aplicada era controvertida porque había una visión de la filosofía pura muy clásica, donde tenías que especializarte en un autor o una corriente y se veía con cierta suspicacia que tuvieras que estudiar cosas como el Proyecto Genoma Humano y ver sus implicaciones sociales, éticas, políticas y jurídicas. Era muy disruptivo e innovador en ese momento”. Uno de los atractivos que supuso para la investigadora es que, para desarrollar estos análisis éticos, era necesario “hablar con colegas de otras disciplinas y construir algo nuevo”. De nuevo, esa idea de la transversalidad de disciplinas.
Dentro de ese marco teórico, es posible abordar las más variadas problemáticas, como es el caso de la ecología, sobre la cual ya publicó en 2002 el libro “Introducción a la ética ecológica” y, actualmente, está preparando otro que se titulará “Emergencia, transiciones o colapsos. Por una filosofía política práctica”, en la cual reflexiona sobre cómo entender la resiliencia, “que es un concepto que se ha puesto de moda” y que ella pretende extender más allá de los individuos para aplicarla en un sentido más amplio. Ese interés se ha visto plasmado igualmente en su vinculación al Centro de Estudios Ecosociales de la Universidad de La Laguna, que ha llegado a dirigir.
Vulnerabilidades y desigualdad
Esa aproximación aplicada es la que ha utilizado Guerra para abordar estudios relacionados con las desigualdades y las injusticias, ambos términos muy amplios que, generalmente, determinan investigaciones en la cuales las fronteras entre temáticas y disciplinas se difuminan. Por ejemplo, al estudiar las migraciones, una vertiente que la autora ha abordado es la feminización de estos procesos, que a su vez ha sido ampliada hasta tratar también la feminización de la pobreza.
Tras participar en varios proyectos de investigación y dirigir algunas tesis doctorales que abordan de un modo u otro los procesos migratorios, Guerra tiene claro que África y las consecuencias del colonialismo e imperialismo “van a ser los grandes temas europeos del siglo XXI”, pues son en gran medida responsables de numerosas tensiones en el mundo actual y, casi, retrotraer las relaciones internacionales a una situación similar a la del siglo XIX.
En ese sentido, explica que la migración irregular va a ser un motivo de creciente preocupación. “Algo que empezó del 2006 al 2009 (la primera oleada) y que se prolongó en la llamada ‘ruta canaria’, en el 2019 se reactivó pero, ojalá me equivoque por la peligrosidad de la ruta, tengo la sensación de que va a convertirse en algo estructural, debido a toda esa tensión brutal que hay en el Sahel, la emergencia climática, la desestabilización política -por ejemplo, Francia retirándose de Mali y entrando los mercenarios rusos del Grupo Wagner-, el yihadismo…”
A todos esos problemas, añade las consecuencias socioeconómicas de haber sometido a África “a un extractivismo brutal por parte de las corporaciones”. Ya sea cuando habla de la pesca de Senegal, el uranio de Níger o el coltán de la República Democrática del Congo, todo le lleva a una cruda reflexión: “nuestro bienestar está basado en la explotación de materias primas, pero también de trabajadores y trabajadoras en otras partes del mundo”. Por ello, es importante abordar la reflexión sobre estos asuntos desde todas sus facetas, con especial énfasis en la aportación de las posturas decoloniales.
Otro elemento que considera clave al abordar las injusticias son las llamadas “políticas del reconocimiento”, cuyo origen está en Hegel pero fueron desarrolladas en profundidad por Axel Honneth en “La lucha por el reconocimiento” (1992). “En las democracias no solo hace falta tolerancia hacia el diferente, sino algo positivo, que es el reconocimiento y validación de esa diferencia. En los 90 se trabajó mucho en esta perspectiva del multiculturalismo-interculturalismo, y la categoría de reconocimiento es central”. Por ello, la visibilización de colectivos discriminados como las mujeres, las personas migrantes y el colectivo LGTBIQ+ sigue siendo necesaria.
Y, sin salir del ámbito de las desigualdades, Guerra también las enmarca en el seno de las sociedades desarrolladas, en el cual los desequilibrios son cada vez más agudizados, con fenómenos como el de la “fuga de cerebros” de estudiantes y trabajadores o el de un mundo laboral cada vez más precario, al cual resulta complejo acceder y, en demasiadas ocasiones, no garantiza una mínima subsistencia, todo ello contrastando con unas grandes fortunas cada vez más cuantiosas.
En ese ámbito, cita la obra de Martha Nussbaum y Amartya Sen sobre la teoría de las capacidades, que expresa la necesidad de que la sociedad permita a cada individuo florecer y desarrollar sus capacidades. O la de André Gorz, que ya desde los años 70 planteaba el debate del papel que debe jugar el trabajo en las sociedades. “Décadas después, no hemos llegado a otra manera de pensar el trabajo”, incorporando ideas como una renta básica que “garantizaría que nadie tiene que someterse a una explotación brutal porque los mínimos de la supervivencia estarían cubiertos”.
El problema de fondo para la catedrática es que la política está “cooptada” por los intereses de los lobbies económicos, justo en un momento en el que hay que transformar la economía para hacerla compatible con la emergencia climática y los derechos sociales. “Es absolutamente factible lograrlo, los economistas alternativos han hecho las cuentas: la tasa Tobin, es decir, con que los capitales que están en todos los circuitos financieros tributaran un 0,2%, se resolverían un montón de problemas”.
El continuo ético-político-jurídico
Todas las reflexiones teóricas que se puedan realizar desde la filosofía y otras ciencias sociales sin duda favorecerán el mayor conocimiento sobre las materias objeto de estudio, pero a veces podría parecer que esos hallazgos no llegan a reflejarse en la realidad cotidiana. Sin embargo, Guerra señala que, al contrario, la reflexión filosófica pueden ser el inicio de un proceso que, realmente, culmine en una aplicación en la vida diaria.
Explica que las nociones sobre justica internacional, justica climática y justica migratoria son marcos deontológicos que, si no son enmarcados adecuadamente, efectivamente se quedan en “pura descripción”. Pero desde la filosofía moral y política se puede aportar lo normativo: “la noción de igualdad, la noción de justicia, la noción de reparación… es decir, una estructura que no llega a ser todavía la jurídica”.
En ese punto, Guerra desarrolla lo que sería el proceso mediante el cual desde la reflexión ética se puede llegar a políticas con impacto real, al cual ella denomina el continuo ético-político-jurídico: “La organización de los grandes debates le ha solido tocar a la ética y la filosofía política. Luego, cuando se pasa del debate ético a la política y tiene que haber acuerdos y consensos, de ahí derivan leyes y ya tenemos los aspectos jurídicos. Por eso hablo yo de ese continuo porque, de alguna forma, somos las ciencias normativas”.
La inteligencia artificial, la emergencia climática, las desigualdades sociales, cualquier asunto es susceptible de ser sometido a ese análisis ético inicial, es el paso previo necesario. “Podemos describir la gentrificación ligada al turismo masivo en las Islas Canarias. ¿Es suficiente eso? No: es el principio, el diagnóstico para luego poder plantear que la situación es insostenible, injusta y da lugar a discriminaciones, y por eso tenemos que habilitar nuevos marcos normativos, nuevas políticas públicas, un cambio de rumbo para lograr, por lo menos, apagar esos fuegos de las injusticas y las desigualdades”.
En la actualidad, parece estar viviéndose cierta regresión, con el ascenso de posturas extremistas que cuestionan conquistas sociales que hasta hace no tanto se daban por garantizadas. “Yo lo veo con perspectiva”, reflexiona Guerra. “Recuerdo que recién salidos de una dictadura, tuvimos que hacer miles de debates: sobre el divorcio, el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo… hasta llegar al momento actual. Poco a poco hemos ido ganando en libertades. Es verdad que estamos en un momento muy delicado porque hay también muchas fuerzas regresivas. Pero cuando lo ves con perspectiva, te das cuenta cómo hemos ido avanzado”.
Cita, como ejemplo, el aumento de la conciencia ambiental, que en veinte años ha aumentado exponencialmente. “Todo el mundo se creía con derecho a contaminar, a construir donde quería. Que se generara una serie de leyes -luego el problema es si se respetan o no, y cómo se aplican- es un cambio social muy importante”.
Gabinete de Comunicación